lunes, 31 de marzo de 2014

FALTA DE MEMORIA

Sólo quienes hayan estado en el subtrópico cochabambino, cuando la época de jauja de las drogas, pueden entender lo que hay detrás de las movilizaciones en Yapacaní, pues no se trata de tierras, siembras o cosechas sino de negocios, aunque sean turbios; pero negocios al fin.
Pero la memoria es mala en mucha gente que no recuerda, o no quiere recordar, lo que ha pasado hace apenas unos años o no se pone a investigar por qué la corrupción y la impunidad siguen siendo los caballos de Troya para tomar las plazas latinoamericanas. Cuando se instaló la "revolución nacional, su principal líder públicamente les dijo a sus seguidores: "roben; pero den su diezmo al partido" y desde entonces hay sujetos que se hicieron ricos de la noche a la mañana, vendiendo manteca robada, los nuevos motorizados de las empresas públicas como chatarra, comprando palas cerealeras para las minas, desviando la ayuda internacional para tal o cual fenómeno natural o adjudicando la explotación de los recursos naturales no renovables por céntimos o vendiendo sus empresas por migajas. Todos los rubros, todos los espectros de la corrupción se han dado en Bolivia; pero no faltan majaderos que se desgarran las vestiduras cuando les place sin ver la viga del propio ojo. Y no es que tendamos a la impunidad sino que llama la atención que la gente no quiera ver que ya estamos inmersos en una nueva campaña electoral y como la democracia es de mercado, lo mismo da si nos ofrecen aromáticos perfumes o fétidos productos de la corrupción pues como, dizque, el pueblo no tiene memoria, se pueden seguir sembrando nabos en las espaldas de los votantes.
Lo peor, es tener que ver la caras de los denunciantes de esto o aquello, seguros de la falta de memoria de los obligados espectadores de los medios, cuyos reporteros no se molestan siquiera en preguntar si la denuncia se hace en función moral o de propaganda o que conocen tan poco la historia nacional o no manejan el lenguaje que todo pasa como si nada.
Esto es lo verdaderamente sorprendente: que los delincuentes nos hablen de honestidad o que los que ayer vendieron todo y se rindieron al neoliberalismo, aparezcan ahora como adalides de cualquier cosa. Unamuno decía que en el mundo hemos perdido la ocasión, la inteligencia y el valor de decirle ladrón al ladrón y por ello es que se nos han multiplicado los desasosiegos. Y es verdad, especialmente cuando vemos cómo regresa la politiquería y nos quiere hacer creer en aparecidos.

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