Cuando nada hacía sospechar que la entrada del carnaval orureño no siga siendo una demostración de arte, folclore y sincretización, se vino abajo una pasarela y todo quedó en suspenso.
Desde siempre se contaban en Oruro las historias de estudiantes de su principal y famosa mundialmente facultad, la de ingeniería, que daba cuenta de cómo fulano o zutano habían quedado reducidos a simples dibujantes o decepcionados hombres que se dieron a la bebida, porque se les vino abajo un puente o una galería.
Eran otros tiempos; ahora la urbanistería lo invade todo y la ineficiencia de "urbanistas" o ingenieros queda en el beneficio por mucho que sus obras no sólo sean controvertidas sino todo un riesgo. En Cochabamba, para citar algunos ejemplos, se han hecho obras "estrellas", que bien se pudieron construir a un menor costo y mejor eficiencia y sin el deterioro o los peligros que representan; uno de ellos el puente sobre la avenida Blanco Galindo y la Merchor Perez que en cualquier momento puede dar una desagradable sorpresa porque no sólo que el proyecto mismo debió cuestionárselo en su tiempo sino que si bien su uso se ha prohibido a camiones de alto tonelaje, sabiendo que en esa avenida son los que en mayor cantidad circulan, es evidente que la prohibición no se cumple y por la vibración cada vez más pronunciada, cualquier día se cae, pese a las advertencias que ya se han hecho por algunos profesionales y gente de sentido común.
Y esto ha debido ser lo que ocurrió con el puente peatonal en Oruro que, tal vez, se construyó sin la debida ingeniería o en el lugar equivocado y tampoco se dispuso el respectivo control en el uso, pues si dejamos al capricho de la ciudadanía todo puede suceder y para evitar eso están las autoridades.
Poner un puente de estas características en el recorrido de una entrada folclórica era toda una tentación al peligro, porque la gente no lo iba a usar para trasladarse de un lado a otro sino para aprovechar ese espacio y ver el espectáculo; quien no lo haya previsto, evidentemente, es un improvisado.
Pero es que la tendencia a hacer obritas y presentarlas como como si se tratara de disputar el prestigio de las siete maravillas del mundo, es la moda y muy difícilmente los alcaldes se dan cuenta de la estupidez de sus conductas, especialmente, cuando tienen como asesores o calienta orejas personas que sólo buscan negocios o sofismas de modernidad.
Ojalá la tragedia sirva no únicamente para poner remedio a las improvisaciones del antruejo sino al propio carnaval de los alcaldes que optan por la urbanistería y el progresismo y todavía nadie los ha puesto en su sitio.
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