A raíz de la frustrada participación de un conjunto boliviano en Viña del Mar, se han sucedido unos excesos realmente incomprensibles.
Si bien cierto canal de televisión puede propiciar esto o aquello, pues tiene un carácter comercial, no se entiende cómo la gobernación y la burocracia municipal pueden "condecorar" al equipo musical de marras que, en cierto modo, es todavía desconocido incluso a nivel local.
Y no se entiende, peor todavía, cuando las acciones se producen no como la consecuencia de un logro sino de la frustración. Si bien podríamos decir muchas cosas sobre ese festival de la costa chilena que, como lo dijimos antes, no tiene carácter folclórico y ni siquiera de promoción de la música, baste recordar que, como muchos sostienen, el engañador cuenta con la voluntad de otros para ser engañado. Es como el cuento o chascarrillo sobre la mujer que se queja de haber sido robada, justo cuando lo que traía estaba en su pecho y al preguntársele si no sintió algo, contesta toda "inocente": "es que pensé que era con buenas intenciones".
Estos excesos no son el resultado más que de la ignorancia pues no se puede alegar ingenuidad; pero no son únicos sino que también que, verbigracia, surge un parlamentario oficialista que anuncia, todo orondo y lirondo, que "ningún blanco" le va a ganar a Evo. Una declaración completamente racista y lamentable pero viniendo de quien viene, excusable ya que, por muchos esfuerzos que se hagan, no siempre la educación puede llegar de pronto y, más todavía, cuando no se hacen los esfuerzos para que llegue.
Todo este panorama nos está trayendo como conclusión que ya es indesmentible el retorno de la "clase política" a la politiquería boliviana y, lamentablemente, se nota no únicamente en el discurso demagógico y desmañado del oficialismo sino también en las maromas que la oposición hace para no perderse del espectáculo.
La vanidad de vanidades y todo es vanidad, es propia de la politiquería y no sólo eso sino el signo más preocupante de la declinación de la humanidad misma en su paso por el planeta porque poner una medalla, una condecoración inmerecida, es tanto como anexarse un territorio bajo la amenaza y el imperio de las ramas, como está ocurriendo en Crimea.
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