Como varias veces los hemos dicho, al parecer, la mayoría de los que estudian derecho lo hacen al revés, es decir, no para administrar la justicia o el cumplimiento de las leyes sino para ver cómo se las puede burlar, cómo se puede mantener la iniquidad; no para saber de leyes sino de trampas; no para adquirir conocimientos sino título.
Porque si hiciésemos un listado de los casos que han quedado archivados o abandonados por la pésima administración de la justicia, nos resultaría algo más gordo que la guía de teléfonos de muchas urbes del mundo. Porque no es primera vez que hay fugados, refugiados, amnistiados o encarcelados, como tampoco se usan triquiñuelas, violencia o malas artes para burlar los derechos humanos o constitucionales. Ahí están los casos de los campos de concentración del doble sexenio, las persecuciones sañudas en contra de inocentes o simples sospechosos, la confiscación de bienes o la simple apropiación, el asesinato artero o el "muertito", con que se excusaban manifestaciones o represiones. Y dentro de los procesos iniciados pero nunca seguidos terminados, baste citar dos: El conocido como "111", en contra de Paz Estenssoro, su partido y seguidores o el incoado contra Sánchez de Lozada que vive en el exilio dorado y bien protegido.
Esta forma de tejer la injusticia, la inestabilidad, la incertidumbre con hombres que, a título de profesionales, tejen al derecho y, más, al revés es lo que mantiene al Estado en suspenso, en constante sospecha, en la incertidumbre porque, además, hay que agregar otros "doctorcitos" que se avienen a la penetración, la dependencia o el neocolonialismo.
¿Qué es justo en Bolivia? ¿Qué es legal? ¿Qué es legítimo? Uno nunca sabe porque puede ser una cosa hoy, mañana otra diferente; como puede ser izquierdista una posición ahora y derechista pasado mañana; o democrática o antidemocrática porque los que más usan lentes para ver la realidad, son los encargados de administrar las leyes que, según el chascarro popular, sólo ven los verdes del dólar. Y, para no aparecer, a nuestra vez, injustos, hay que reconocer que hay excepciones, hombres de derecho, de los que hacen bien.
Alguien decía hace ya bastante tiempo que la única manera de acabar con esta situación era, cerrar las aulas de las facultades de Derecho y abrir las de las cárceles. Pero ahí quedó.
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