jueves, 20 de marzo de 2014

EL ESTADO

Una vez más tenemos que referirnos a la forma alegre o ignorante con que se usa el término. Resulta que en Cochabamba unos "intelectuales" se habían reunido para considerar un tema: "La nación en tiempos de Estado", como el título mismo acusa una falta total de imaginación y conocimiento, no nos arriesgamos a escuchar sus conclusiones, ni nos interesan si no saben lo que es el Estado; pero también las informaciones nos dan cuenta que otros se quejan por la "incursión del Estado entre los privados", lo que, aparte de ser otra muestra de ignorancia, no es más que majadería.
Y es que "el Estado" sirve para excusar todo o casi todo, desde los majaderos que quieren el monopolio de la usura, hasta los que están contentos con los afanes separatistas de otros pocos que no quieren que las investigaciones sobre lo ocurrido en Santa Cruz, so capa de autonomía, se aclare definitivamente y se castigue a los culpables.
Lo curioso, pues no se puede decir otra cosa, es que los propios acusados han pasado a ser los acusadores y cuentan con la estulticia o desinformación de las personas para aparecer con auras y otras formas de santidad. Lo que, podríamos decir, es una epidemia en nuestro país que nunca ha llegado a culminar los procesos de este tipo porque la "chicanería" (enrredismo, incidentalismo, leguleyismo) de los abogados lo permite o porque la corrupción es más fuerte y se da la mano con la impunidad.
Duele, aunque a veces mueve a risa, ver moverse personajes y personajillos, aunque los primeros son casi inexistentes, alistándose sobre esta o aquella majadería de moda y debatiendo sobre el sexo de los ángeles como si estuviesen en alguna cátedra de una universidad que, como muchas de las latinoamericanas, es más bien cientificista que científica y los que hemos pasado por sus aulas lo sabemos bien.
Y así como el concepto de Estado se maneja arbitrariamente, pasa lo mismo cuando se habla de "terrorismo de Estado" que significaría, si se usara correctamente la acepción, que todos somos terroristas o tirabombas; lo que no es cierto.
Y esta conclusión nos lleva a otra: Si ni los intelectuales saben lo que leen. ¿Qué se puede esperar de los otros? ¿De los que no son o no quieren ser intelectuales?

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