Después de la reunión de universidades saltó la liebre: el problema de los médicos no es de dignidad, capacidad profesional y retribución ni nada de lo que mentirosamente se mantiene; la cuestión real es oponerse a la aplicación de la Ley Financial en las universidades que, como dijimos, puso un muro de contención al gasto arbitrario, sectario e irracional del presupuesto en salarios de docentes y trabajadores que ganaban lo que sus partidos disponían y sin tener en cuenta objetivos de eficiencia o eficacia.
Y es que la aparición de ex funcionarios públicos a la cabeza de las protestas no tenía nada de bueno; por el contrario, anunciaba no únicamente una sorda manipulación del conflicto sino intereses que están en contra del bien común, de la colectividad, del Estado; porque estos ex funcionarios se acostumbraron a ganar sin trabajar y no quieren perder la costumbre, por mucho que se desgarren las vestiduras por esto o lo otro; su propia militancia en varios partidos, su falta de conciencia e ideología, es para hacer sospechar cualquier cosa.
Se trata pues de un nuevo intento de remedar el caballo de Troya, claro que con cambio del animal porque les salió zorrino y sin que exista un Ulises que lidere la cuestión y simples desvergonzados que se quieren parecer al héroe griego. Así son las cosas; no todo lo que se dice es cierto en Bolivia, especialmente, cuando la politiquería ha invadido los comportamientos y las conciencias; lo mismo pasa en el tema TIPNIS que cada vez tiene que ver menos con esa región del país y sirve de pretexto para una variedad de temas; desde el tráfico continuado de madera, hasta la producción de cocaína, pasando por la venta de tierras, el usufructo de la dirigencia sindical o étnica o la defensa del salario por la ONG del sofisma.
Lo malo de esta impostura es que el pueblo queda como pagano, como víctima y con una gran impotencia y, además, frustración por lo que se hace en su nombre y so pretexto de democracia, derechos o libertades y, cuidado, con que se levante y eche de sus espaldas a esos parásitos de toda índole que quieren chupar su sangre como si no nos conociéramos, como si fuera posible mentir reiteradamente, como si nuestra memoria fuera tan frágil que se nos puede meter gato por liebre.
Lo que también hay que preguntarse es: ¿Por qué los profesionales no tienen el valor de decir la verdad? Y hay una variedad de respuestas y la principal es que puede desnudar su falta de moral y su propia y precaria formación profesional, ideológica e intelectual.
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