La politiquería nos ha mal educado en la simulación de la monarquía que, supuestamente, la república había derrotado. Por eso es que todavía, al estilo de Doria Medina, solicitamos que maten al rey, para gritar: Viva el rey o, de modo criollo, "Belzu ha muerto, ¿quién vive ahora?
Porque si queremos entender, incluso, la apuesta de la oposición, tenemos que convenir en que se critica mientras se está en el llano; pero si el rey llama a alguien a la corte, entonces, la crítica termina y se hace uno cortesano con todos sus beneficios y maleficios.
Por eso también es que vemos ex ésto o ex lo otro; tanto en el oficialismo como en la oposición; no hay trigo limpio, es decir, no hay politiquero sin turbulento pasado, desde una posición "revolucionaria" a ultranza, hasta un conservadurismo extremo que pierde la razón la vista y el olfato.
Matar al actual mandatario, igual que a Villarroel, por lo demás, es una figura que tiene muchas connotaciones y no sabemos si el autor de la convocatoria lo hizo conociendo la historia o, al mejor estilo de la politiquería, ignorándola supinamente. Porque Villarroel, según sus biógrafos, era más amigo de los pobres que enemigo de los ricos y fue asesinado por los mismos traidores que después asaltarían el Palacio de Gobierno para hacerlo mártir, ¿con cuál de estas percepciones queda el superviviente y amante de la corte monárquica?
Pero lo que raya en el exceso es repetir la historia. Porque hemos usado de la receta demasiadas veces, unas a instancia de nuestras necesidades y frustraciones y otras impulsados por intereses ajenos que se manejaban desde alguna embajada o programa de ayuda; pero la realidad no ha cambiado; es más, podríamos decir que ha empeorado porque ya ni siquiera tenemos partidos políticos ni debate ideológico y estamos condenados a escuchar las majaderías de izquierdistas o derechistas de toda laya y sabor, aferrados simplemente al materialismo, al hedonismo o, finalmente, la imitación o el servilismo.
Porque los mismos que piden hoy la cabeza de quien sea; no lo hicieron cuando compartían esa situación en anteriores regímenes o hablaban exactamente lo contrario; ésto es transfugio evidente que muchas veces se esconde con demagogia, con frases hechas, con simulación, impostura y falsedad.
Y, lo peor, es que se siguen usando las necesidades y reivindicaciones del pueblo para aupar las egoístas, las propias, las de la secta, que es así como se manejan algunas instituciones: Mi secta es la poseedora de la verdad y la salvación y el resto miente.
Si alguien recoge el reto de Doria Medina, ¿qué viene después? ¿Otro mono en la monarquía? ¿O un nuevo títere en el palacio?¿O algún tiranuelo que quiera hacer de salvador cuando no puede salvar su propio trasero?
¡Que lástima que no hayamos avanzado de muerto el rey, viva el rey.
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