Aunque no queramos admitirlo, la democracia se ha mercantilizado no sólo porque hay que invertir para ser candidato sino que hacer frente a una campaña con sólo ideas o programas es algo imposible; hasta los mismos electores se han acostumbrado a las baratijas que se reparten especialmente en los barrios pobres o donde hay un potencial de voto importante.
Pero de este mismo modo, se han mercantilizado también los "seguidores", los "activistas", a quienes hay que conformar como se conforman las denominadas "barras bravas" que siembran el terror en los estadios so capa de apoyar el deporte y, como si no fuera suficiente, se ha convertido la disidencia, real o falsa, en parte del negocio pues ya no es lo mismo ser un exiliado de la década del cincuenta o sesenta, que estar ahora en las listas de "víctimas de la dictadura" en función de recibir indemnizaciones monetarias, o hacerse a los perseguidos por no rendir las respectivas cuentas en la justicia. La noble tarea de embajadores y embajadas por acoger a los ilegalmente perseguidos por sus ideas, por sus acciones, por su ideología, se ha desvirtuado a cierta complicidad con el delito común o a favorecerse por las migajas que los amos suelen dar a los "felipillos", a los sirvientes de la dependencia y la intromisión.
Cuando se intervenía antes en la política se conocían los riesgos no sólo del exilio sino también de los campos de concentración, las cárceles o la misma muerte. Hoy las cosas son diferentes; después de haber delinquido es fácil hacerse a la víctima de una tiranía imaginaria; más todavía cuando la llamada oposición ya no puede más por su propia incapacidad y, en cierto modo, es culpable de los excesos que pudieran estar cometiendo los del oficialismo; pero lo que queda es la interrogante general para todos: ¿Quién miente? ¿El que se ha convertido en mercader de la politiquería o el que, sin oposición real en el frente, está tentado de hacer lo que le place? Y las respuestas no pueden ser más que frustrantes porque no sólo se atenta contra el sistema de representación que origina un gobierno sino porque la verdad misma se pone en cuestión.
Cuando la politiquería implicaba impunidad porque el sistema de dependencia-corrupción-impunidad, así lo establecía, no habían "perseguidos" y no había crítica en contra del sistema. Hoy que la justicia empieza a actuar en contra de los delitos de orden público, se denuncia persecución y una "justicia" manipulada, olvidando el pasado reciente.
En este ambiente mercantil de politiquería donde ya no sirven ni valen las ideas, las ideologías, los valores individuales y colectivos, es fácil que aparezcan impostores y se cuelen también algunas injusticias. ¿Pero no sería mejor enfrentar nuestros propios actos con valentía y sin comprometer la democracia? Tal vez, nos evitaríamos esos tristes espectáculos denunciando falsas persecuciones o buscando refugio por nuestros actos delictivos.
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