En el medio local cuando uno quiere referirse a algún improvisado que hace mal uso de la profesión de periodista, se dice que se trata de un "periodisto".
Y, una vez más, tenemos como base una caricatura del diario Página 12 argentino, que nos ofrece una donde el que informa informa expresa: "Dice que Cristina tiene gripe" y replica el otro: "Quién dice". "El médico", retruca el interpelado, "pero que dice la prensa independiente, en cuestiones de salud es siempre mejor tener una segunda opinión".
Y es que, desde hace tiempo, muchos "periodistos" en el mundo entero no sólo hacen de informadores o mensajeros sino también de expertos o críticos de arte, sibaritas, sería mucho decir gourmets, expertos en tauromaquia, analistas políticos, entrenados en belleza animal o humana y, en fin, no hay campo donde se les pueda poner en ridículo, aunque generalmente lo hacen.
No es que esos sujetos se sientan capaces de opinar en todo sino que las circunstancias los obligan; ha habido, incluso, algunos casos en que un periodista deportivo tenía que dar su diagnóstico sobre las lesiones de los jugadores, urgido por su jefe que no entendía que no basta la mirada o la buena intención para hacer tal cosa, por mucho que se esté estudiando medicina o se haya egresado de la carrera.
Claro que también hay los otros; los que se sienten capaces de todo, desde degustar un calamar con porotos, hasta opinar sobre la teoría de la relatividad y el acelerador en funcionamiento en Francia, así como el intento de reproducir el big ban o afirmar que los mayas tenían o no la razón en su calendario milenario.
Lo peor es que la gente les cree. No es raro escuchar decir: "en la radio han dicho", "en la tele he escuchado", para dar por sentadas las verdades irrefutables de los "periodistos" que, contrariamente a la razón, contribuyen a mantener el sofisma ese del "cuarto poder" o la imparcialidad de la prensa mundial controlada por las transnacionales. Para peor, es cada vez más precario el manejo del lenguaje y se hace con él lo que les viene en gana a "internautas" u otros improvisados que excusan su ignorancia en las "exigencias de las nuevas tecnologías".
Con cuanta razón un antiguo catedrático decía: "No hay por qué decirle públicamente alcahuete a alguien, cuando se le puede decir, trota conventos sin recurrir a la grosería". Y es verdad, especialmente el español es una lengua tan grande, tan dispuesta a ofrecernos giros y significados llenos de sabiduría y elegancia, que lo peor que podemos hacerle es recurrir a lo soez, a los ajos y cebollas cual si se tratase de ser "moderno", "libre", de que tan llenos están los "medios" actualmente y que, peligrosamente, se extiende a la literatura misma y que, en algunos casos, más que un atractivo es un repulsivo por la pública declaración de incapacidad en el manejo del idioma.
Que un periodista sea culto e informado, no quiere decir que sea experto en todo y de sus opiniones pavoneándose ante las cámaras, cuando lo que, en verdad, está haciendo es generar lástima.
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