En un sistema monetarista y consumista, nunca estaremos de acuerdo en la fijación del salario y su consecuente justicia y, peor todavía, cuando se tiene al trabajo como una maldición.
Pero de ahí, a aceptar que nuevamente los politiqueros quieran ganar lo que les place y sin control alguno, dista mucho porque lo primero que alguien debe demostrar para hacerse acreedor a un sueldo es que se lo merece.Que no es lo que está ocurriendo con la inmensa mayoría de asambleístas, concejales. consejeros y otros miembros de la cada vez más numerosa burocracia que el ciudadano común debe pagar por el medio directo de los impuestos o el indirecto de las restricciones a su propio bienestar. Por ejemplo, hasta ahora no ha salido ninguna ley estructural, importante, que beneficie al bien común desde los ambientes del legislativo nacional o sus filiales departamentales o municipales; los más de los instrumentos propuestos, aprobados y sancionados no son sino leyes sectoriales que, incluso, resultan sobrando porque la CPE contiene ya disposiciones al respecto.
Pero tanto los problemas de fondo como las respectivas soluciones siguen en el sueño de los justos porque, al parecer, o no hay capacidad suficiente para afrontar este reto o no se quiere hacerlo porque pesan más los intereses privados o de pequeñas comunidades o sectas.
Por lo tanto, ¿merecen los legisladores el sueldo que están cobrando? Si el balance es el que hacemos, la respuesta es contundente: No. Y por eso la respuesta oficial para que se vayan a sus casas, es lógica porque nadie está obligado a ganar lo que no puede justificar.
Y si extendiésemos el ámbito de la interrogante no únicamente entre los trabajadores públicos sino también del sector privado, los resultados serían igualmente desastrosos porque así como hay dirigentes sindicales que ganan por generar conflictos o no hacer nada, los hay también aquellos que hacen lo mismo y ganan bien en el sector privado donde las cosas llegan hasta el insulto, especialmente cuando de la banca se trata o de las empresas que se ponen al borde del abismo para quebrarlas fraudulentamente.
Algunos legisladores pueden pues compararse con los accionistas o directivos de empresas que se envían a la quiebra o que se las tiene simplemente como beneficio del derecho familiar; pero sin aportar nada, sólo para el usufructo y, con razón, hablan los japoneses, verbigracia, cuando dicen: "de pobres a pobres en tres generaciones"; porque así como los padres crean un emprendimiento y los hijos ayudan, a veces, en su consolidación, vienen los nietos y lo despilfarran todo. También con la democracia está sucediendo y no son precisamente los demócratas de convicción lo que ganan o pueden ganar más sino los oportunistas, los acostumbrados a vivir del prójimo, los que, como decía Salamanca, siembran nabos en las espaldas de los bolivianos.
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