viernes, 4 de julio de 2014

"EL PEOR PRESIDENTE"

A pocos días de celebrarse la fiesta independentista de los EEUU, muchos han sido los que han calificado a su actual primer mandatario, Obama, como el "peor presidente" de ese Estado o imperio en decadencia. Seguramente tendrán sus razones, que no las vamos analizar pues también a este lado del río Bravo hay un sentimiento de frustración por lo que dijo que iba a hacer y no hizo.
Pero este sentimiento de fracaso interno como externo, debe llevarnos a reflexionar sobre la realidad de los gobiernos del mundo. Ya uno de los propios presidentes norteamericanos, en cierta ocasión, afirmó que el gobierno de esa nación no estaba en la Casa Blanca y que no era posible gobernar ese país, de acuerdo a los lineamientos o ideales de sus partidos.
Hay una larga historia y experiencia al respecto y hasta pruebas objetivas, como que la Reserva Federal, que impone el sistema económico, no sea una institución pública o gubernamental sino privada o que existiese un consejo de relaciones exteriores que funciona, por lo menos, en forma paralela a su Cancillería o que el poder de los organismos de "inteligencia" sea superior al que otras instituciones tienen en la cotidianeidad de los ciudadanos norteamericanos.
Mucho se sospecha también de otros gobiernos del mundo y de sus sedes gubernamentales y hay indicios que no siempre sus gobernantes tienen las riendas de la administración de sus pueblos y, por el contrario, hay ciertos intereses que se mueven subterráneamente y en procura de objetivos más bien sectarios que del bien común.
Por lo tanto, calificar a determinado presidente como el mejor o peor, depende mucho del punto de vista de quien lo hace; aunque los indicios apunten a consolidar esa opinión o a contradecirla. Si de ejemplos se trata, apenas habría que indicar Guantánamo para calificar la decepción en torno al régimen de Obama. ¿Pero, en realidad, será suyo?
Y esta sospecha sobre quién gobierna puede extenderse a lo ancho y largo del planeta; peor todavía cuando se habla de alianzas ideológicas o solidaridad o colaboración y se trata, simplemente, de llevar agua a determinados molinos.
Que Obama haya fracasado, en verdad, debiera importarnos poco; pero tiene sus repercusiones en el momento en que uno considera que todavía "el imperio", por muy decadente que se muestre, puede dar sus coletazos y pueden ser más violentos cuanto más cerca esté el fin.
Y, al recordar el 4 de julio de 1776, lo menos que podemos hacer es renovar nuestra admiración por los luchadores de su independencia; pero, a la vez, renovar también nuestros resquemores por las sospechas de gobiernos en la oscuridad.

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