Una de las buenas noticias de antes del 52, del anterior siglo, era la creación de sindicatos entre los trabajadores no sólo de las minas o las fábricas sino también en el campo. A esa acción de reivindicación y sacrificio, como era lógico, se respondió con la persecución, el exilio o la muerte; la condición de dirigentes, entonces, no era una situación de privilegio sino de riesgo.
Pero a partir de fines de los cuarenta y principios de los cincuenta, el sindicato no sólo empezó a formar parte del partido, cualquiera que fuera, sino que se fue desvirtuando; a tal grado, que empezó a hacerse privilegio, remuneración, vil metal; que se cobraba no únicamente de las cuotas sindicales que aportaban los que creían en el sindicalismo o no sino también de las propias empresas que concedían viáticos, del gobierno que tenía gastos "reservados" para repartir entre "opositores" o del contubernio en los negociados con el dinero público.
Tan partidistas se volvieron los sindicatos que, muchas veces, las opciones sólo se daban entre comunistas y trotskistas, como entre los mineros o los "trabajadores de la educación" que se daban modos para mantener en la marginación las otras corrientes, lógicamente, con la ayuda del gobierno que transaba el "reconocimiento", lo que la embajada hacía con ellos mismos.
Pero lo peor vino después, cuando los sindicatos degeneraron aún más y se convirtieron en los existentes en Chicago y se hicieron instrumento de pequeños grupos de explotadores, de oportunistas, de comerciantes o de paracaidistas que siempre caían como los gatos: sobre las patas.
Por eso es que ya la gente no cree en los sindicatos y sus efectos negativos se están viendo en la pésima calidad de la educación, en el crecimiento de la informalidad y la delincuencia en el comercio o en la manipulación del sindicato para hacerse elegir en listas de candidatos o penetrar en los poderes del Estado para hacer sectarismo.
A estas alturas no es pues raro que la COB haya decidido, por fin, hacerse partido, aunque siempre lo fue, y que, mientras unos quieren elegir sus propios candidatos, otros prefieran subirse al carro del oficialismo; pero el sindicalismo como asociación gremial, como institución de reivindicación social o económica, ha dejado de existir hace tiempo y por eso tampoco es raro que no sólo los policías se hayan sindicalizado sino que sus mujeres hayan hecho lo mismo y participen de las negociaciones salariales de sus maridos.
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