Cuando uno va a comprar cualquier equipo de sonido, los vendedores lo primero que hacen es mostrarle la potencia del volumen y los compradores, al parecer, se guían por ese aspecto y no otro.
En el mundo entero aumenta el número de sordos o hipoacúsicos y también en Bolivia se percibe este crecimiento, particularmente, entre los jóvenes, aunque no hay que descartar una elevación entre los niños, por diversos factores.
El caso es que la contaminación acústica está en aumento y las consecuencias todavía no se están ponderando debidamente pues, aparte del ruido mismo de la ciudad como tal, resultan más nocivos los provenientes de los aparatos electrónicos que se usan sin tomar en cuenta sus riesgos y sin que nadie informe bien sobre tales a los clientes.
Es más, incluso, en las ciudades donde hay un discurso ecologista, ambientalista o de protección al entorno, lo primero que hacen quienes aparecen militando en esos organismos es poner un equipo de sonido a todo volumen, para hacer conocer sus postulados e intenciones; lo mismo hacen las autoridades ediles o de otra índole para la propaganda y nada hacen respecto a los locales comerciales que contaminan a su gusto, como cantinas, restaurantes, discotecas, karaokes y lugares de espectáculo donde, con el riesgo y el morbo de la ciudadanía en general, se hacen ricos unos cuantos que alquilan esos equipos de sonido y se estornudan en las leyes del medio ambiente o el Código de Salud.
Como si fuera poco, es una costumbre que en los establecimientos escolares se instalen estos armatostes y se los ponga a capricho del portero, del regente o de cualquier profesor que no conoce sus efectos nocivos; de esta manera, los alumnos van recibiendo paulatinas lesiones en el nervio auditivo que da paso a lesiones irreversibles; como tampoco se tiene cuidado en el uso de equipos de ecodiagnóstico y otros que se basan en ondas sonoras o microondas.
Vivimos en una sociedad cuya característica principal, aparte del hacinamiento, es la contaminación acústica y donde la electrónica no tiene restricciones sobre lo que produce y vende. Es más, no soportar la contaminación por ruido, es ser ñoño, vejestorio o anticuado so capa de "modernidad" o cualquier sofisma de turno.
Pese a que puede existir la legislación correspondiente, no se la hace cumplir, como es el caso boliviano donde el Código de Salud es algo que se debe encontrar en alguna biblioteca y nada más.
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