Generalmente, en la era de la razón, nos dejamos llevar por prejuicios; sea que acudamos a los "analistas" o a las pitonizas. Los primeros anunciaron, con el ceño fruncido, que el doble aguinaldo iba a provocar una inflación descontrolada, lo hechos han demostrado que, por el contrario, la inflación, que más bien habría que decir índice de precios al consumidor, bajó. Las segundas son más experimentadas y por eso es que a la par que anuncian gracias o desgracias, insisten en la actitud, el carácter o el acompañamiento divino.
Pero, verbigracia, "si las elecciones fueran hoy", nos anuncian los analistas o agencias de esto y lo otro y nos dejan los resultados de de tal o cual encuesta que, como toda estadística no sólo es manipulable sino acomodaticia a quien la paga; pero la gente se deja llevar y hasta hace suyos los prejuicios; porque no son otra cosa que eso; no se fundan en la razón, las matemáticas o las reglas de la sociología o la política, si es que las hay; no, es simple punto de vista o capricho de quien quiere ver así las cosas.
Lo mismo pasa con las (des)informaciones que nos transmiten los medios masivos de "comunicación" que nos anuncian que como parte de las sanciones a tal o cual gobernante que se ha animado a desafiar el poder hegemónico del mundo, se va a proceder a su invasión porque está fabricando una bomba o porque ha recibido una y no quiere devolverla.
Hasta las enfermedades son capaces de crearse de acuerdo a los intereses de la industria farmacéutica, conocer lo que se dice del SIDA, por ejemplo, es tan espantoso que la misma forma tenebrosa en que fue urdida parece más de ficción que de la realidad; pese a que muchas veces la historia nos ha enseñado que la realidad supera a la ficción.
Pero no sólo la especulación recurre al prejuicio sino también la historia y si bien alguien dijo que la escriben los vencedores, no es suficiente para soportar tantas mentiras que hacen de los tiranos ángeles o al revés; que nos dicen que fue así cuando fue asa.
A tanto llega el prejuicio, muchas veces de la mano sofistica de la modernidad, que usamos y escribimos aquello de "implementar" con tal capricho y desconocimiento que no buscamos siquiera su significado en el diccionario de la RAE que, incluso, ahora acepta cualquier cosa para deshacerse de su marasmo o dar entender que todavía entiende.
Y esta es la era de la razón, de la ciencia, de la investigación que, a la luz de la realidad, no dejan de ser otros prejuicios y no juicios.
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