A principios de los setenta, del siglo pasado, en una reunión internacional de mandatarios y cuando se hablaba de la explosión demográfica y otros problemas, el presidente egipcio les demostró que en el mundo había suficiente alimento para todos; pero que estaba mal distribuido.
Hasta ahora nadie ha podido demostrar científicamente qué población puede albergar el planeta; se decía que el máximo era de 6000 millones pero ya somos casi el doble. ¿Cuántos realmente podremos ser para no poner en riesgo ni el planeta ni la especie?
El cientificismo imperante se basa en teorías no confirmadas o en hipótesis del mismo estilo; pero lo que no se quiere ver es que sí hay alimentos para proporcionar a todos los habitantes actuales, aunque están tan mal distribuidos que mientras unos despilfarran o comen demás, otros no tienen qué llevarse a la boca; que mientras unos se atiborran de chatarra, otros viven con el mínimo de calorías extraídas de raíces u hojas; que mientras unos están colapsando por dentro, otros no tienen ni con qué colapsar.
Y esta situación es la mejor demostración que la ciencia está ausente en el planeta; por mucho que se jacten algunos de su esplendor, su utilidad o eficiencia. Y, como en río revuelto ganancia de pescadores, los maltusianos están que saltan de alegría porque suponen que ahora sí se escucharan sus teorías de exterminio consentido y también lo están los otros: los que se han dedicado a la industria de la muerte, aunque dicen militar en las filas de la vida y por eso producen fármacos, vacunas o venenos que los venden a quienes pueden comprarlos o al mejor postor.
Y, por tanto, no es extraño escuchar algunas observaciones históricas a la peste negra que, teóricamente, sirvió para equilibrar la población del mundo pero que se sospecha que no fue causada por bacteria o virus alguno sino por elementos químicos ya que los bubones no serían los elementos característicos de la enfermedad que asoló algunos países que, curiosamente, no tenían las condiciones epidemiológicas para ser víctimas, según una investigación que se hizo hace años y que hoy cobra importancia ante la probable presencia de meteoritos y riesgos de conflagración nuclear.
Y, como en el mundo no funciona ni la ciencia ni el sentido común, la interrogante de cuántos somos y cuántos podemos ser, queda en eso.
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