El Estado, como concepto o como sofisma, ha servido muchas veces para una y mil cosas. El marxismo, por ejemplo, para alzarse, crecer y establecerse, hizo de él el culpable de todo y la raíz de todos los males; pero cuando se hizo del poder, justificó toda su violencia, su política discriminatoria y su sectarismo o partidismo en "razones de Estado". Lo mismo que han hecho sus aparentes antagonistas de la derecha que, por igual motivo, han excusado privatizaciones, confiscaciones indirectas, compras de empresas y recursos a precio de gallina muerta y tiranías, con el mismo sofisma.
Ha sido pues política común, compartida, hermanada, entre derecha e izquierda, reducir el concepto de Estado a las conveniencias o inconveniencias del momento; desde el manejo del mercado hasta del sexo.
Pero, como varias veces lo hemos repetido, el concepto de Estado no hay que confundirlo con el de gobierno que, para diferenciarlo, es eventual mientras que el otro es permanente. Puede no haber gobierno pero siempre habrá Estado, aunque parezca una paradoja o una exageración.
El Estado boliviano se extiende alrededor de todas sus fronteras, se compone de una población diversa culturalmente y tiene un régimen legal que, se cumpla o no, existe. Que todo ese territorio no esté convenientemente ocupado, que su población sufra todavía las consecuencias de la discriminación o el olvido y que su régimen legal sea papel mojado; eso sí es culpa del gobierno; pero nunca del propio Estado.
La política estalinista que llevó finalmente al fracaso a la URSS fue, sofísticamente, una política estatal; el manejo de la economía norteamericana a cargo de una entidad privada como la Reserva Federal es también sofísticamente estatal. Pero, conceptualmente, nada tienen que ver con el Estado, aunque parezca raro.
Antiguamente, el poder lo tenían las monarquías o los emperadores y con las mismas características que actualmente vemos pues se depositaba en una sola persona, en familias o grupos pero el pueblo llano siempre era un espectador, lo mismo que ahora pues, a través de otros procedimientos igualmente falsos, se manejan los Estados por medio de oligarquías, clientes, sectas o logias.
Mientras se levante el sofisma del Estado, por sobre el Estado mismo, persistirán los denominados superestados o grupos de avariciosos o materialistas que impondrán su voluntad en contra del sentido común, de la inteligencia, de la humanidad y no es necesario que sean intereses como los del capital financiero internacional sino que pueden ser tan perniciosos como la organización de los explotadores del transporte público en Bolivia.
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