Da risa cuando algunas personas achacan a fulano o zutano de "falta de academia" o se califican -¿y autoelogian? diciéndose intelectuales.
Porque la historia del mundo nos enseña y demuestra que hubieron emperadores, reyes y demás gobernantes que, sin academia o con ella, fueron igualmente bestiales o de buena presencia y que no hay receta segura ni inalterable al respecto. En la América Latina misma hemos tenido, como alguien decía, bárbaros y de otra laya sin que los historiadores, que hay poquísimos, se hayan puesto de acuerdo todavía a quienes se puede calificar como unos u otros y a quienes hay que maldecir o agradecer; los casos más emblemáticos son, sin duda, los de Rosas y Francia que merecen una revisión exhaustiva de la bibliografía que los halaga o los condena.
Pero no sólo eso; García Márques hablando del periodismo como oficio y el surgimiento de las academias de comunicación social es tajante: el remedio resultó peor que la enfermedad porque el "periodismo", pues no es tal, al irse de las redacciones de los diarios a las academias, perdió casi todas sus virtudes y se convirtió en simple aspiración de estatus que se desperdicia groseramente con un manejo inepto e inadecuado de su herramienta principal: el lenguaje.
Y, si nos hacemos eco de las críticas cada vez más abundantes en contra de las Superiores Casas de Estudio, tenemos que llegar a la conclusión que la academia ha fracasado a tal grado, que está pidiendo a gritos su cierre.
No hay pues razones para calificar a nadie de falta de academia o de intelectualidad, cosas ambas que funcionan más bien como sofismas o como factores de discriminación, y si hay que meterse en el debate hay que hacerlo aceptando el fracaso de la intelectualidad en el mundo o de la universidad y reflexionando mucho sobre el "huayralevismo", por ejemplo, para saber si seguimos o no llenándonos de oropeles.
Además, la politiquería en el planeta se ha hecho tan vasta y sutil, al mismo tiempo, que es difícil hablar de valores como la libertad o la independencia cuando la corrupción hace su agosto a lo largo y ancho de la geografía o, como alguien dijera, gobiernan algunos egresados de famosas universidades que no pueden mascar chicle y caminar al mismo tiempo.
Lo que pasa es que mantenemos algunos prejuicios heredados del español y creemos que los títulos supuestamente académicos, han sustituido los del abolengo racial y, a estas alturas, es más para hacer el ridículo o reír.
Si a algunos les falta academia a otros les falta pasión. ¿Cuáles son más culpables?
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