Hay quienes se desgarran las vestiduras y echan ceniza en sus caras cuando se enteran de los gastos en propaganda del gobierno actual; pero no es más que majadería porque la realidad del mundo nos muestra que hay un nuevo ídolo, un nuevo tótem, un nuevo dios: La propaganda.
Lo mismo se trate de lo que se le atribuye al ministro alemán de Hitler o de lo que hizo consentir a algunos que existía el "paraíso de los trabajadores" en la caída URSS o lo que se dice sobre el "sueño americano" que, en los más de los casos, es sólo una pesadilla.
Pero no sólo los oficialistas recurren a los gastos dispendiosos en propaganda, también lo hacen los autodenominados opositores cuando pueden y donde pueden y hasta cuando asumen una posición "crítica" sin mirar la viga del propio ojo.
La propaganda inunda nuestras vidas desde que nacemos pues muchas veces hasta nuestros nombres se eligen por la moda, por la estrella del momento, por el futbolista de turno o lo que fuera, hasta el momento de la muerte cuando todos pasan a ser buenos y ejemplares, hayan sido lo que fueran en su paso por la tierra.
Lo curioso es que quienes más protestan contra los gastos de la propaganda, no se detienen a pensar si sus principales victimas no serán ellos mismos pues no es raro ver a separatistas, casi, casi confesos, como grandes unionistas para las urnas que se vienen o majaderos disfrazados de inteligentes que tienen el mismo objetivo. Como ya lo dijimos varias veces la democracia que tenemos es de mercado y, por tanto, de propaganda; de modo que no caigamos en la fácil tentación de criticar lo ajeno sin mirar lo nuestro. Además, no por nada los que no se sienten el "caballo del corregidor" están pidiendo reiteradamente que se reponga la subvención del Estado para las campañas.
Querramos o no, la propaganda se ha hecho parte estructural de la democracia, de la economía de la politiquería y se basa en la escasa predisposición que tenemos los consumidores a pensar. Ya que si pensáramos hace rato que la propaganda estaría en fuga.
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