No es lo mismo ver, es decir, percibir con el sentido de la vista, que mirar; o sea, reflexionar sobre lo que se ve, asombrarse. Y la mayor parte de nuestra vida nos la pasamos viendo pero no mirando y en plena época que se dice de la ciencia y la tecnología.
Vemos las cosas del mercado, los edificios multiplicándose, el ambiente cada vez más contaminado en las ciudades y si vamos al campo, a las provincias, lo primero que hacemos es asegurarnos de algún restaurante o sitio donde podamos comer y beber a gusto. Pero de disfrutar de la naturaleza: Nada.
Después contamos de nuestras andanzas pero no de lo que miramos o sentimos sino de lo que comimos y bebimos sin haber reparado que la naturaleza huele, que tiene colores y sabores, que no es lo mismo comer un choclo en la ciudad que al pie de la sementera; como no es lo mismo un "tutumazo" a pie de cántaro que un balón que, casi a escondidas, se sirve hoy en los lugares que uno considera "mejores", precisamente, porque ya no sirven chicha.
Y no sólo eso; si posamos nuestra mirada entre los pasajeros de algún medio de transporte no tardamos en reparar cómo hay más adictos a la tecnología que muestran su estado de esclavitud, de enajenación o de simple y llana estulticia, dejándose absorber por tantos aparatitos que, a título de modernidad, comunicación o lo que sea, los tiene abstraídos hasta de sí mismos. ¡Qué vergonzosa es la esclavitud!
Vamos perdiendo no únicamente calidad de vida sino la vida misma no sólo por que ya no nos preguntamos el por qué de las aves, las plantas y hasta las fieras sino porque, como se pudo evidenciar en cierta investigación universitaria, ya no poseemos el don de la telepatía porque tenemos teléfono.
Y si no reaccionamos ante el entorno más inmediato, ¿cómo hacer para conocer la realidad, percibirla y reflexionar sobre ella para mejorarla? Y ni qué decir del conocimiento o de la propia información en un mundo donde, aparentememnte, estamos bien informados; cosa que no es cierta.
Y, lo peor, es que corremos el riesgo de atrofiar o maltratar y eliminar nuestros sentidos aunque a algunos les parezca un extremo. Pero no podemos dejar de ver que son más los que necesitan anteojos para esto o aquello, que cada vez se incrementa el número de sordos, que se pierde el gusto por la comida chatarra, que ya el tacto no sabe de sedas o de lanas sino de plásticos diversos y nuestro olfato está tan atacado por la contaminación que ya no puede distinguir aromas. Y todo ese déficit tiene que ver en la función y en la estructura cerebral.
Que bueno sería que recuperemos el sentido de nuestros sentidos, fuerza es la reiteración, para que dejemos de seguir siendo esclavos o ajenos al planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario