Una orquesta de la Chiquitania está de gira por Europa y su último concierto, que tuvimos la oportunidad de oír, fue en París donde la gente, en verdad, se entusiasmó con la actuación de los jóvenes y niños de Moxos.
Fue algo así como entrar en la casa ajena y patear el avispero; claro que, como es una descortesía, no fue tal sino que tiene muchas más connotaciones que la simple actuación.
Porque parte de la música ofrecida y rescatada no sólo es de lo que podríamos llamar la antigua Europa sino que, después de la llegada y expulsión de los jesuitas, nuestros compatriotas tuvieron el tino y la inteligencia tanto de adaptar como de adoptar.
Si bien la llegada de esa congregación sirvió para encaminar la música de los feligreses "salvajes" y su incorporación al mundo "civilizado"; no es menos cierto que su expulsión resultó mucho más benéfica porque supuso la libertad de hacer suya cierta música y preservarla y también la posibilidad de usar la técnica aprendida para mejor expresar sus propios sentimientos.
Hasta aquí todo parece muy sencillo; pero si analizamos la historia es, precisamente, lo que no supieron hacer los españoles a su llegada a estas tierras. ¿Se imaginan cuánto de nuestro patrimonio artístico, arquitectónico, arqueológico se hubiera preservado? Lo que más se critica de los Pizarro, los Cortez o los Almagro, es su ignorancia que pesó más que su ambición desmedida por el oro. Si hubiesen podido entender que no se estaban enfrentando a pueblos salvajes sino tan o mejor cultivados que los pueblos de donde provenían, entonces el choque no hubiese sido tan violento y lleno de saña y salvajismo como fue sino una convivencia donde los unos y los otros hubieran reconocido lo mejor de sí mismos para adaptar a sus propias culturas.
El pueblo mojeño, apenas con la escaza muestra que representa la música en sus manifestaciones artísticas, lo que ha demostrado es eso: Una mayor inteligencia, más capacidad para adaptar que adoptar; que es lo que falta en la mayoría de los pueblos del mundo y que se ha traducido en ese mestizaje racial y cultural del que somos parte, aunque todavía haya algunos que se nieguen reconocerlo, y que se puede ver también en ese sincretismo que hace a nuestro folclore, tradiciones y costumbres; que de cosechas o siembras, se cambiaron a santos patronos o compadreríos.
La música barroca que ofrecieron en París, se puede escuchar cada domingo en San Javier, por ejemplo, al mismo tiempo que las piezas vernaculares y autóctonas y por eso es trascendente esta actuación que no es ni será la primera sino la continuidad de algo que nos une mejor que las ideologías: La música.
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