Del comer y del beber, es el hombre, afirma el Quijote en algún pasaje de sus narraciones y es tan cierto que, últimamente, se trata de llamar la atención sobre los alimentos excesivamente procesados, las reacciones alérgicas que muchas veces pasan desapercibidas y los deterioros y condicionamientos que pueden provocar pues hasta la leche de vaca está en cuestión.
De lo que no hay duda es que la comida no es el simple acto de llenar el estómago hasta el hastazgo sino un placer que se ha ido perdiendo con eso que se dice, mal, el mundo moderno. Y no es sólo que la comida chatarra es una verdadera pesadilla aunque gran negocio para otros y amenaza con entrar en las "tradiciones" gastrónomicas como el caso del "pique macho" o al "trancapecho" en Cochabamba, sino que se ha ido distorsionando el acto mismo de comer que, otrora, hasta podía tenerse como ceremonia.
Hace unos pocos días, leyendo la obra de Laura Esquivel sobre la Malinche recordábamos precisamente eso, la ceremonia, que antes ocupaba la hora del desayuno, el almuerzo o la cena que no servía únicamente para llevarse a la boca lo poco o mucho que se tenía sino que era también un momento de fraternidad, de comunicación y de comunidad y donde no dejaban de estar presentes lo gustos y los aromas pues se disfrutaba de los alimentos desde la entrada y desde el recuerdo del origen de los mismos, ya sea de la chacra propia o la ajena.
Hace unos días decíamos que no era lo mismo comer un mote de habas en el momento mismo de la cosecha o unas "papas huaycu", que llenarse la panza con edulcorantes, conservantes y otros productos químicos de la cocina masiva y comercial y hay que reiterar que es así pues hasta los "aptapis" o comidas comunitarias o las "watías" o comidas hechas bajo tierra, tenían como objetivo no sólo la alimentación como tal sino el esparcimiento, la concordia, el fomento de las mejores relaciones.
Con la irrupción de la "industrialización" hemos perdido ese contacto tan cercano que teníamos con la comida y la bebida de acompañamiento; tomamos el desayuno de prisa, apenas si nos reunimos para el almuerzo y la cena o está dedicada a los negocios o al prolegómeno de las aventuras sexuales y, todo, sin tener en cuenta que ingerimos productos químicos sobre los que se guarda riguroso silencio en cuanto a sus complicaciones, productos adulterados genéticamente que tienen igual o más observaciones y un predominio de hidratos de carbono y grasas que resultan toda una tiranía y una adicción.
Una tía decía sabiamente que no es lo mismo comer que tragar. Hoy tragamos, no comemos. ¿No será hora de recuperar algunas tradiciones?
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