Quienes conocen la historia de Felipe, en la América del Sur, o de la Malinche en México seguramente se han cuestionado muchas veces si trataron de aplacar el salvajismo de los invasores o, por el contrario, exacerbaron el ambiente de subversión y traición que se vivía en los imperios respectivos.
Lo mismo podemos decir ahora de la democracia de mercado que nos puede ofrecer delfines o felipillos sin más esperanza que saber los resultados después de la catástrofe, porque se comporten como los primeros o los segundos es difícil trazar una línea entre el legado y el despilfarro, tal como la experiencia nos enseña que ocurre entre abuelos y nietos y donde, generalmente, los últimos se farrean el trabajo de abuelos y padres sin más beneficio que el hedonismo o la soberbia.
Actualmente tenemos ejemplos en Venezuela y la Argentina, para sólo citar los más recientes, donde no sabemos cómo calificar a los emergentes de la muerte de los líderes que dieron pie a regímenes más o menos controvertidos; porque hay tanta mediocridad, claroscuros, tinieblas, más que posiciones bien definidas y definitivas, que es complicado predecir algo del porvenir.
Lo mismo pasa en nuestro ambiente interno, hay un caudillo que gobierna, pero no hay ni pequeñas muestras siquiera de un sucesor, así sea en la oposición o el propio oficialismo. Todo se reduce al acompañamiento o, tal vez, la complicidad; pero de ideas, ideologías, programas, habría que ver en coca o en el tarot.
¿Qué pasaría si Maduro, en Venezuela, termina por volcar la torta por falta de preparación o incapacidad? ¿Qué será de la Argentina si el ex delfín es más bien felipillo? ¿Quién podría llenar el vacío que dejaría Morales en Bolivia? Todo es incertidumbre por mucho que los mercaderes nos quieran hacer ver opciones que no existen, mercancías de contrabando o de piratería.
Y no es que estemos pagando la irresponsabilidad de tantos años de indiferencia o de imitación por imitación que se ha dado tanto en las universidades como entre nuestros "intelectuales"; no, hay algo más profundo que está denunciando que hemos vivido de espaldas a nuestra propia realidad; así como los argentinos admiten que vivieron mirando las costas, de donde venía todo y se olvidaron del interior, de sus espaldas, así también los bolivianos, venezolanos, uruguayos o chilenos hemos estado viviendo y vivimos de espaldas a la historia, a la filosofía, a la razón, por muy intelectuales que nos presentemos.
Esta es la principal razón que tengamos muchas dudas sobre delfines y felipillos; porque el legado se lo puede farrear cualquiera.
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