Aunque con mucho cinismo ya lo dijera Churchill, que creía sólo en las estadísticas que él mismo manipulaba, siguen siendo los números que quieren reflejar la realidad en el mundo.
A propósito, se han publicado las últimas sobre desarrollo humano y no dejan de ser una mirada fantasiosa a la verdad. Porque, por ejemplo, ¿qué puede significar una mayor afluencia de niños y jóvenes a las aulas si el sistema es tan deficiente que se cae por sí solo? ¿Qué repercusión tiene un mayor PIB si la diferencia entre ricos y pobres es cada vez más ominosa, aunque se trate de combinar con otros factores? Cuando se hacía mucha propaganda sobre las bondades del neoliberalismo, se presentó a Chile como el abanderado latinoamericano, como el modelo a seguir mientras se mostraba a los reticentes como una catástrofe andando.
Pero la razón nos exigía preguntarnos: ¿Si el ejemplo de modelo tiene más del 40% de pobres, que antes no los tenía, cuál el futuro? ¿Si se escondía la realidad detrás de los letreros de la propaganda de las transnacionales, qué se podía esperar?
Hoy los números nos siguen engañando con su espectáculo pirotécnico y lo que se quiere, en cierto modo, es "maquillar" los resultados que varios países latinoamericanos han conseguido cambiando las políticas del FMI para no admitir que fueron un rotundo fracaso y, por eso también, sigue Chile apareciendo como si nada le ocurriera, cuando tiene serios problemas internos y la oligarquía gobernante no logra al respaldo de su pueblo, aunque las urnas parecen demostrar lo contrario. Es que también la democracia se ha convertido en números, en mercancía, en propaganda.
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