Como siempre que se crea un problema artificial y no se quiere resolverlo en cuanto estalla; la cuestión del nombre del aeropuerto de Oruro ha derivado en una serie de razones y sinrazones. De modo que, de acuerdo a algunos personajillos, podemos contar entre agradecidos y desagradecidos. Los primeros, lo que cambiaron el nombre; lo segundos, los que se oponen.
Pero es tan irreal y artificiosa la cosa que no aguanta una comparación simple con cualquier pizca de sentido común. En primer lugar, si tuviésemos que agradecer por todas las obras públicas que se hacen, entonces, tendríamos una retahíla de nombres a cual más bochornosos porque también en las tiranías, en las farsas democráticas se entregaron elefantes blancos o servicios generales; en segundo lugar, si somos desagradecidos y como decía cierto sujeto ignorante que funge de parlamentario que no quiere mantener el nombre de Juan Mendoza porque, a su entender, si es que entiende algo, corresponde a la época minero-feudal y, por tanto, sujeto de revisionismo que, como no hay que olvidar se dio en la China de Mao, tendríamos también que revisar hasta el nombre de Bolivia, cambiar el de la capital y dedicarnos a sacar placas y plaquetas como labor de mal entretenidos.
Aquí no se trata de agradecidos o desagradecidos sino de respeto al prójimo; por ese sentimiento se debería mantener el del piloto que tanto contribuyó a la Fuerza Aérea en la Guerra del Chaco y, por lo mismo, no se debería bautizar nada con el nombre del actual primer mandatario, para que no se lo desprestigie y no se lo ponga en situaciones difíciles de resolver por la ignorancia y los bajos instintos de pocas personas.
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