La democracia, así sea de mercado, se va deteriorando de manos del sectarismo más vil. Y es que nos estamos acostumbrando a la presión que se ejerce por medio de amenazas, paros, bloqueos y huelgas, imponiendo el más absurdo sectarismo y sectorialismo.
Porque, escudados en derechos constitucionales o la vigencia de la democracia, muy pocas personas se están dando modos para subvertir el orden natural de las cosas. Ahí están, verbigracia, los autodenominados "chóferes sindicalizados" que representan un grupo pequeñísimo de personas que controla la explotación del transporte por medio de la propiedad de decenas de motorizados y la contratación de conductores en condiciones deplorables, por decir lo mínimo; lo mismo pasa con quienes se escudan como "gremialistas" o "minoristas" y que no son otra cosa que los grandes explotadores del contrabando organizado que, además, se han hecho dueños de los mercados públicos donde imponen sus leyes a gusto y sabor y donde las autoridades no tienen siquiera ingreso ni para controlar el delito de la introducción ilegal de mercadería o cobrar impuestos por los grandes montos de dinero que se mueven fuera de la ley.
Todo so capa de falta de consenso en la elaboración y aprobación de leyes que involucra, implícitamente, la usurpación de funciones de estos pequeños grupos de personas pues se niegan a que los poderes respectivos asuman sus atribuciones legales para subalternizarlas al sectarismo con que se manejan diferentes áreas de la economía informal.
Tal y como se ha dado en la revolución francesa, la rusa o la mexicana los contrarevolucionarios aparecen como líderes del cambio y sustituyen el bien común por el sectarismo que, como lo dijimos varias veces, no sólo es sectorialismo sino sectarismo (de secta) porque en esa penumbra se manejan los intereses de unos pocos para imponerlos a la mayoría.
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