Cada vez dependemos más del voto mediático. Y no nos referimos al que se ejecuta con ayuda de máquinas de identificación de huella o fotos sino al que se arma a través de los medios de comunicación.
Alguien dirá que en una democracia de mercado es lógico que así sea; pero tendrá que reconocer que no es la mejor forma de delegar soberanía porque la manipulación de la mayoría de la comunicación no es saludable pues, aparte de dar encuestas amañadas, se crean falsas expectativas que pueden, por lo menos, confundir el voto de los demás. Es lo que ha estado ocurriendo con las últimas elecciones en Venezuela donde, especialmente en la prensa internacional, se dijo e insistió mucho, el candidato de oposición no sólo podía hacer frente a la candidatura de Chávez sino que hasta podía ganar; lo que ha sido desmentido en las urnas y los resultados, casi, casi, se han repetido.
Lo mismo está pasando con EEUU, de acuerdo a las tendencias el actual presidente ya no tiene opciones y ha perdido mucho más en el primer debate público frente a su rival; mientras que otros afirman que salió indemne y conserva todas las posibilidades de ser reelegido, en lo que se ha hecho casi una costumbre en la Casa Blanca. Se ha dado también en la Argentina y el Brasil donde las especulaciones pretendían favorecer a otros candidatos que los elegidos. Si bien la realidad nos está mostrando el fracaso de la manipulación mediática del voto; no hay duda que distorsiona la democracia misma pues los resultados ya no dependen de las posiciones ideológicas -aunque algunos piensen que los medios cargan tintas precisamente por eso- de los programas o la inteligencia de los candidatos sino del simple y vulgar mercadeo que así como condiciona la compra, puede hacer lo mismo con el voto y la soberanía.
Dicho de otro modo, el voto ya no depende simplemente del mercado sino de lo que hoy se llama: neuromarketing, que se usa en los sitios de venta masiva y por diferentes sistemas que actúan al mismo tiempo.
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