Desde que la ciencia se ha hecho cientificismo, las estadísticas ocupan un lugar privilegiado que, en verdad, es todo un sofisma. Un ejemplo práctico: Si usted lee 8 libros al mes y yo 2; entre ambos las estadísticas nos muestran que la gente lee cinco libros mes.
Por esto no es raro que se publiquen estos datos sobre todo cuanto se puede contar. Cuánto gasta en el mercado, en transporte, en diversión; olvidándose, convenientemente, que en mucho países los pobres, cuya frontera crece hasta en los autodenominados ricos o desarrollados, se incluyen entre las cifras, por mucho que no consuman nada y se estén muriendo de hambre.
Ahora último, se han hecho conocer los números respecto al rezago tecnológico en América Latina que no tienen ninguna novedad puesto que el cientificismo se da siempre modos para seguir sofisticando, aunque la realidad y la cotidianeidad desmientan a sus autores permanentemente.¿De qué le sirve a nuestros pueblos tener un acelerador de partículas o un ciclotrón de un costo de varios miles de millones de dólares? ¿No es mejor aportar al conocimiento mundial a través, verbigracia, de los microclimas que, de contrabando, se han exportado desde el altiplano boliviano a varias partes de Europa, Asia, África o Norte América, sin que hayan agradecido por lo menos? ¿Quién dice algo sobre la exactitud y magnificencia de los conocimientos astronómicos de los mayas? ¿Quién reconoce el aporte de los pueblos latinoamericanos a la comida mundial con productos como la papa, el cacao o el tomate, sólo para citar algunos?
Sobre esas cosas no se hacen estadísticas y, menos, se les hace propaganda para, subjetivamente, seguir calificando a unos de "buenos" y a otros de "malos". Que venga el diablo y se lleve el cientificismo.
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