En el sistema democrático, mucho se habla de soberanía pero ni los propios políticos o abogados pueden definirla tan exactamente como lo hiciera Rousseau; por eso es que, algunas veces o frecuentemente, la democracia se distorsiona y resulta una faceta más de la maquinación de las minorías avaras que se esconden detrás de diversas fachadas.
Si se diferencia la democracia formal de la real, por algo debe ser; en la mayoría de los países del mundo, el sistema ha sido capturado por las leyes del mercado; no sólo porque hay demanda y oferta sino también, y principalmente, porque está al alcance de los que tienen para "invertir" y no de cualquier mortal por muy inteligente que sea.
Si bien la mayoría de los partidos son eso: partidos y, por tanto, sectarios; no es extraño que se base en su concurso para ejercitar la democracia, lo que ya es una limitante porque la vida nos ha enseñado que son pocos los partidos que tienen bien definida su ideología, su doctrina o su programa, los más se caracterizan únicamente por su servilismo. Unos son sirvientes de las oligarquías locales, otros de las transnacionales del materialismo. Esta es la democracia de mercado que hace décadas que se nos ha impuesto y que pervive, pese al intento de algunas personas serias de ir al encuentro de la democracia real; aquella que respeta la soberanía -pilar fundamental de la representación- y no permite su secuestro por partidos, legaciones diplomáticas u organismos no gubernamentales.
En lugar de hacer cáscaras y estruendos sobre el sistema, sería mejor reflexionar seriamente sobre si se respeta o no la delegación de la soberanía popular y sobre quiénes son sus mejores enemigos; ahora que ya empiezan los petardos, en Bolivia, sobre el sofisma de la "recuperación de la democracia".
Antes que loas; reflexiones y críticas.
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