Eso del terror que se quiere sembrar a costa de la fiesta de las brujas, cuyo origen ya veremos, mueve más bien a la risa o la lástima porque nadie, que tenga dos dedos de frente, puede aceptar una escenificación tan absurda y vulgarmente comercial.
Los celtas, creadores de esa distorsión de la venida de las almas e inspirados en las culturas andinas que, en cierto modo, eran las únicas que reconocían la inmortalidad del espíritu y convenían en recordarlas anualmente mediante un diálogo diverso, seguramente nunca pensaron que su costumbre fuera a degenerar tanto y dar curso al más vulgar de los comercios y al ridículo generalizado.
Si se investiga sin prejuicios y anteojeras, hay que concluir que las culturas maya y tiwanakota fueron las primeras en establecer una serie de costumbres en que la unión cuerpo-espíritu tenía una trascendencia que iba más allá del materialismo hoy en boga y que se traduce, precisamente, en la vulgarización de la visita de los muertos o la comunicación de los vivos con ellos, a través del recuerdo, del recuento de la vida misma y de la esperanza de la trascendencia y la evolución.
Lo que más duele es que la falta de orientación paterna, su ignorancia extrema y el crecimiento absurdo del materialismo ante esas ausencias, cree unas costumbres que no tienden sino al gasto y el ridículo y causen un perjuicio enorme a la cultura individual y colectiva. Claro que en este mundo traidor cada quien puede hacer lo que le plazca; incluso, el ridículo aunque se vea tan deplorablemente que sólo cause rise, en lo mejor, y profunda tristeza en lo más racional.
¿No sería mejor investigar nuestras propias costumbres y tradiciones? ¿No es eso libertad de expresión? ¿O nuestra alma de esclavos admite cualquier cosa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario