Muchos, no todos, de los que fungen como "comentaristas" o "periodistas" deportivos no son otra cosa que hacedores de sueños y pesadillas porque, al calor de intereses sectarios, promueven esperanzas que, de acuerdo a la lógica, son imposibles; como lo que está sucediendo con el fútbol profesional, donde no hay material para hacer una buena selección, porque se ha convertido hace tiempo en una fuente de ingresos personales y hasta de explotación humana porque los clubes ya no son lo que eran antes y se han trocado en feudos de personas o logias. Si hay que hacer alguna campaña debe ser para salvar esa disciplina de los malos dirigentes, de los negociantes, de los que sin saber patear una pelota creen que pueden conducir el destino de los aficionados y de sus simpatizantes.
Eso de ponerse la casaca no es más que sofisma, propaganda, engaño franco, porque para hacerlo habría que identificarse con lo que eso representa y ya no hay asidero para hacerlo, en vista de la soez mercatilización del deporte, de los turbios manejos en el ámbito internacional y que constantemente se denuncian, aunque luego se pierden por la complicidad que se mantiene en los medios mercantiles y vulgares.
Al jugar con las esperanzas de los pueblos se incurre en dolo y estafa y así hay que decirlo claramente cuando los resultados no se pueden maquillar con un: apenas por un gol o jugamos bien pero perdimos o muchas de las sandeces que se escuchan para excusar los fracasos por falta de buenos dirigentes, de óptimos deportistas y de eficientes periodistas y comentaristas que no pueden socapar lo malo, lo podrido.
Por lo demás, las partes del conflicto no pueden ser parte de las soluciones y hasta en eso quieren alzarse los culpables de la debacle del fútbol. Basta ya.
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