Constitucionalmente el gobierno de Bolivia se ejerce por medio de los poderes del Estado, hoy llamados órganos sin que se haya explicado por qué, y, por lo tanto, quienes lo ejercitan son los de los llamados bandos: oficialista y de la oposición, aunque los últimos, a falta de claridad intelectual se refieran al "gobierno" como algo detestable sin considerar que son parte de él.
Pero aparte de estas aclaraciones legales lo que más estamos sufriendo es la ausencia de una oposición capaz, ideológica, programática que haga frente a los excesos o usos del oficialismo que hace lo que puede, precisamente, porque no hay oposición. En muchos años, décadas o siglos, nunca los bolivianos hemos sufrido tan dramáticamente esta ausencia y falencia y tenemos que ver con pena cómo la labor opositora se diluye en el simple obstruccionismo o la majadería; en el anecdotario, en lo banal. Si "el Evo" es así o no es así, es porque los que debieran oponerle principios y programas son más vacíos todavía o anémicos del intelecto y del corazón.
Cuando la historia tenga que juzgar lo que estamos pasando, con seguridad tendrá que ser más drástica con quienes se apuntan como opositores que como oficialistas; con los que critican sin saber qué ni por qué, que con los que hacen lo que hacen del mismo modo; con los que buscan las cámaras o los páginas de los diarios por narcicismo que los que lo hacen por novedad.
Si los españoles pueden caer de la sartén al fuego o si los argentinos votaron por Cristina no tanto por ella misma sino para votar en contra de la oposición; es algo que se puede repetir en el devenir próximo futuro de Bolivia si la oposición no logra encontrar una fuente que inspire su vacuidad actual, su majadería, su incompetencia, porque no basta autocalificarse como opositor, hay que serlo con argumentos, con ideas, con planteamientos serios y no con ese humor negro que, en lo mejor, están mostrando ahora aunque sin convicción y, tal vez, sin saberlo o darse por enterados.
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