Mucho se habla en el mundo del diálogo y el debate; pero los hechos nos muestran que no sabemos de ambas cosas más que el discurso. Porque, por ejemplo, en Bolivia cada uno dice "su verdad", "echa su spich", como se suele decir, y luego se va porque no le interesa confrontar sus ideas ni las del otro. Por lo demás, nos hemos acostumbrado a hacer lo contrario de lo que decimos y si no que lo nieguen las llamadas potencias que siempre han tenido y mantenido esta conducta.
Desde las reuniones de barrio, de club, de sindicato o lo que fuere si alguien pide la palabra y afirma: el mundo es cuadrado, sin presentar argumentos suficientes, nadie puede desdecirlo porque tampoco tiene argumentos o porque al autor de la afirmación ya se ha ido; de este modo, el mundo anda como anda y lo mismo se siente en el recetismo fondomonetarista que el bloqueo en Yapacaní; ninguno responde a la razón ni tiene cómo sostenerse legal y moralmente.
Lo peor es que esta ineptitud para el diálogo y el debate, porque no sabemos ni queremos escuchar, nos está llevando a situaciones donde el perjuicio no es para el individuo o un grupo pequeño sino para el Estado, es decir, para todos quienes lo conformamos; lo mismo se trate de "capitalizar" que de oponerse a cierto alcalde o reclamar privilegios. Y ahí están los ejemplos, abundantemente, en el neoliberalismo, en el sectarismo de los explotadores del transporte, en el libertinaje de los sin techo o sin nada y, principalmente, en la ausencia de una oposición que pueda enfrentarse al oficialismo y que no es más que la muestra, precisamente, de esta falta de diálogo y debate porque nuestra politiquería se basa en que cada uno es "propetario" de la verdad y eso es indiscutible.
Sólo cuando nos animemos a dialogar, a debatir, podremos transitar el camino de las soluciones que tanta falta hacen a la patria y a la democracia de que tanto hablamos pero no practicamos.
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