Dos hechos de estos últimos días nos invitan a reflexionar: 1) La reacción de los "demócratas" europeos ante la iniciativa de referéndum de Papandreau y 2) la reacción a las declaraciones de Morales. En el primer caso, no es posible que se opongan, los gobernantes de la CE, a una expresión de la democracia: la consulta popular y, en el segundo, aunque no extraña en trotskistas y comunistas, la demagogia trata de ganar partido a lo mismo: la consulta.
Es que, realmente, podemos no estar conformes a esa democracia "formal", "de mercado", dependiente, parcial, que nos ha impuesto; pero de eso a tratar de boicotear sus mejores expresiones, dista mucho; tanto que se entra en el camino de la subversión; que es donde se sitúan especialmente aquellos dirigentillos que, sin pensar dos veces e impulsados por su pésima formación ideológica, lanzan sus amenazas y hasta invitan al presidente a hacer sus maletas porque, según ellos, saldrán a las calles.
Lo que hay que preguntarse es: ¿quién representa verdaderamente al pueblo? Porque, muchas veces, las subvenciones benefician a unas cuantas personas, como el caso de los explotadores del transporte público, en detrimento de los intereses de la colectividad que, con esos dineros, podría cumplir con programas de crecimiento o evitar la persistencia de oligarquías u oligofrenias.
Consultar sobre las medidas que afectan la economía, en ambos casos, es prácticar la democracia; lo contrario de lo que dicen defender los demagogos de estas latitudes o las europeas. ¿No será que la demagogia es la principal y más efectiva termita de la democracia? ¿A quiénes representan los cobradores de cuotas sindicales que no alcanzan más que ínfimos porcentajes en sus elecciones? ¿Hasta cuándo los traficantes del sindicalismo y la impostura de la representación? ¿Hay que seguir siendo deficiente mental para ser dirigente sindical?
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