Esto del realismo mágico que, en realidad, se ha dado más en la vida "política" de nuestras naciones que en la literatura, da para más de un comentario porque de nuestra cotidianeidad se trata.
Y hay que recordar que hasta hace muy poco, y tal vez continúe, nuestros gobernantes debían decidir seguir los lineamientos de tal o cual imperio o los pasos de fulanos o zutanos que se alienaban con las geopolíticas del mundo. Esto hizo que naciones como la Argentina o el Brasil, en determinados momentos y circunstancias, jugaran al subimperialismo, es decir, a constituirse en los bedeles de sus vecinos para beneficio de los intereses del Norte. Y aunque no parezca mágico el que así haya sido no se aleja mucho del encantamiento, que muchos de nuestros gobernantes hayan estado detrás de los llamados, entonces, fondos golondrina que, ahora, se los llama "buitres" y que sólo permanecían unas horas en nuestras tierras, mientras duraba el anuncio, para retornar a las arcas de las transnacionales dejando migajas para nuestros pueblos que tenían que devolver el cien por ciento y más de la deuda sin chistar. Un verdadero saqueo consentido y hasta agradecido que nuestros gobernantes soportaban, como alguien dijo, con los pantalones abajo porque, a su vez, estaban convencidos que el servilismo era el norte.
Pero no sólo en la politiquería exterior se dio esta situación sino que la vivimos también en lo que podríamos llamar menudo. Por ejemplo, en la compra de palas para cereales que se entregaron para la explotación de las minas "nacionalizadas" sin que a nadie le importara el negocio pues la venia para robar; pero dar el diezmo venía del propio "libertador económico" que era el pelele de la Embajada y no sólo que lo sabía sino que lo consentía ante la alegre mirada de los "sindicalistas" que, a su vez, vieron cómo se les abría el ancho panorama de la corrupción donde podían medrar impunemente y sin que medie ideología alguna.
Así las "revolucionarias" milicias mineras o campesinas se convirtieron en las guardias de las cárceles y los campos de concentración, como una muestra de sus ansias de implantar la libertad, la justicia y la igualdad o, más curiosamente y como arte de magia, marxistas y trotskistas se apoderaron de las direcciones sindicales, especialmente en el magisterio, no para orientarlas o hasta ideologizarlas sino, simplemente, para gozar de la recaudación de las cuotas obligatorias de moros y cristianos y que aún hoy usufructúan.
¿Y no es acaso, realismo mágico que los oficiales de baja gradución, en una institución de disciplina vertical, se levanten ahora para exigir que todos sean capitanes? ¿Y que sean sus esposas que asuman las medidas de presión? ¿O no es realismo mágico sino de los que nos hablara Ortega y Gasset en su "Rebelión de las Masas"?
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