Este lugar debe ser uno de los pocos donde mandan las leyes que van en contra del mercado. En primer lugar, aquí no tiene nunca razón el cliente; en segundo lugar, si le dicen "yo lo uso", quiere decir que el vendedor es el non plus ultra de lo que sea; en tercer lugar, no hay ninguna ley que rija ese espacio de compra y venta.
Aunque el mercado regional se extiende por toda su geografía, sin respetar lugares específicos, áreas verdes, aceras o calzadas y, aunque usted no lo crea, está en manos de pocas familias; no es una de sus mejores características el que venda más contrabando o piratería sino que sus reglas son completamente disímiles a las que se acuerdan en otros sitios. No hay amabilidad en el vendedor que, de entrada, lo mira como un intruso molestoso que está turbando su paz, y si existen precios fijos o móviles no son para que el cliente vea lo que le conviene sino para que el negociante ejercite sus facutades histriónicas o de lo que fuera. Eso del cliente siempre tiene la razón, es un absurdo.
Los precios se rigen no por la ley de la oferta y la demanda, si es que funcionase, sino por la especulación; si hoy han subido los mismos es por las lluvias, los bloqueos, demasiado sol o lo que sea; si mañana bajan, es por hacerle un favor que usted debe tomar en cuenta. En cuanto a pesas y medidas hay todo el margen que quiera, como si Bolivia no hubiese firmado el acuerdo internacional sobre el sistema métrico decimal; no se vende en kilos sino en libras (dos libras un kilo y ay de quien reclame), se usa también la arroba o, incluso, otras medidas, como en el caso del maní que no se vende por kilos, libras o arrobas sino en otra medida, cuyo nombre no recuerdo. Si le dan unos gramos menos (digamos 100) no puede reclamar y si lo hace corre el riesgo de ser perseguido cuchillo en mano por todo el mercado; y no es broma.
En cuanto a la calidad, cuidado con ponerla en duda, corre el mismo riesgo si observa el peso porque, se supone, que los vendedores sólo le ofrecen lo mejor, lo más barato y conveniente porque no hay vendedor en el mundo que vea mejor sus intereses que los que venden en Cochabamba.
Por lo demás, no hay reglas sobre nada, ni sobre precios, medidas, higiene o espacios; los que venden reinan sobre al aparente caos, aunque lo cierto es que imponen su propias reglas que nada tienen que ver ni con el mercado, la economía o el sentido común.
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