La entrega de premios siempre será un tema controvertido y polémico pues nunca satisface todos los gustos; en el caso del cine es cuando se ve una mayor y mejor manipulación y por eso, para muchos, antes que una atracción es una advertencia para ir o no al cine. En el caso de los Nobel es peor, no por la selección misma sino porque habiendo tanto siempre se queda uno con la sensación debió darse a otro y no al que se dio.
Ha muerto Gabriel García Márquez, uno de los pocos latinoamericanos distinguidos con el premio del creador de la dinamita y hay que reconocer que se mereció la distinción; no tal vez, por su obra más conocida: Cien años de soledad, sino por otras "menores" o sus cuentos que tienen menos de magia y sí más de realidad.
No hay que olvidar que "el Gabo" fue parte del movimiento literario e ideológico denominado como el "boom" y del que, otro grande, José María Arguedas, no quiso participar porque lo veía dirigido y hay en él tanto o más "realismo mágico" que en la obra del colombiano, sin ningún ánimo de disminuir nada sino como simple comparación.
"La hojarasca", sus cuentos peregrinos o "Doña Eréndira y su abuela desalmada" o su última obra autobiográfica, tienen más del periodista dedicado a la literatura que el clicé. Pero no hay duda que fue uno de los artífices de la expansión y mejor conocimiento de la literatura latinoamericana, donde hay que seguir lamentando el desconocimiento de varios de ellos entre bolivianos, peruanos, argentinos o ecuatorianos que no tuvieron la misma "suerte". Incluso, algunos fueron parte de siniestras conspiraciones para no darles lo que merecían, como en el caso patético de Franz Tamayo que, para muchos, no sólo sigue siendo un desconocido sino muy controvertido, para decir lo menos; aunque sus obras sean, en verdad, todo un portento.
La muerte de García Márquez puede pues servir no únicamente para rendirle homenaje sino para repasar y repasar nuestra literatura donde hay tantos que merecen reconocimiento; pero que no lo obtienen por muy diversas causas, así como se suele aupar a otros mediocres o más que mediocres.
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