Desde que se instituyó el día de esto o lo otro, como una manera sofistica o eufemística de enfrentar los problemas, nada ha cambiado.
Ayer se "celebró" el respectivo día dedicado a la salud y, aparte de las estadísticas, no se hizo otra cosa que postergar los graves problemas del sector hasta el año siguiente. Y esta es la regla de cada día dedicado a lo que fuera, la tiranía o la democracia o cualquier monserga.
Y no sólo que es paradójico, si nos atenemos a la propaganda sobre el cientificismo reinante, sino hasta escarnecedor que sigamos con los mismos problemas de hace décadas o siglos porque, como reza el dicho, no hay nada nuevo bajo el sol. Y no lo hay porque nos negamos a ver la realidad, a interpretarla en su justa dimensión y a cambiarla, no de acuerdo a sustituciones o mal entendidas iconoclastias sino en beneficio del bien común, del porvenir; de eso de que se habla muchas veces sin comprender nada: la historia.
La salud sigue siendo un problema tanto en EEUU como en Bolivia o Cuba porque si nos ponemos a escarbar un poco la realidad, nos encontraremos que los éxitos de la "democracia", la "ciencia" o la "tiranía", respecto al tema, no dejan más que dudas; no depende pues del avance de la ciencia, del enfoque social o socialista de la política sino de la acción del individuo en compromiso con su comunidad.
Hubo un tiempo en que se propuso los médicos "descalzos", para que la medicina llegase hasta donde había necesidad; se ha hecho y se ha imitado y se sigue imitando; pero los problemas persisten porque tampoco la salud es el simple resultado de la ausencia de enfermedad sino de ecuaciones más complejas donde la estabilidad del sistema autoinmune no depende del aporte de fármacos o de la asistencia a los hospitales sino de un equilibrio que, hasta ahora, el hombre se niega sistemáticamente a aceptar: la salud espiritual, que compromete un equilibrio entre el cuerpo y el espíritu.
Habría que investigar más entre nuestros pueblos antiguos: mayas, tiwanakotas o algonquinos, para tratar de entender mejor no únicamente su sistema de vida política sino su mundo mitológico, sus creencias, para entender así que no todo es ciencia o, peor aún cientificismo, sino una complejidad que supera el materialismo que se nos impone cada día en el mundo; desde el mercado de consumo hasta un supuesto ateísmo que, en realidad, tampoco es tal.
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