Desde que la política se convirtió en politiquería, el urbanismo en urbanistería o la ciencia en cientificismo, vivimos de sofismas y eufemismos.
Por ejemplo, la Central Obrera Boliviana ha arriado sus banderas independentistas y sectarias y se ha sumado al carro ganador de las siguientes elecciones por "principios programáticos" que deben ser los mismos que hicieron cruzar "ríos de sangre" o entroncarse en el "árbol de las peras" o el móvil principal de las "junthuchas" que se hicieron, y se hacen, por razones electorales y para el simple y vulgar cuoteo de la administración pública y que caracterizaron la empedernida "clase política".
También, a título de integración, igualdad y otras yerbas, se ha posibilitado que algunos tribunales no siempre estén mayoritariamente dominados por hombres sino que se incluyan mujeres; sin embargo, frecuentemente se organizan reuniones de magistradas, concejalas, en una abierta y pública discriminación que, curiosamente, no sólo está prohibida por ley sino que fue aparente motivo de progreso.
Otro caballito de Troya es lo del "consenso", lo reclaman los traficantes de alcohol para seguir reclutando adictos, los delincuentes para elaborar el Código Penal o los explotadores del transporte para seguir siendo dueños de vidas, haciendas, calles y avenidas. Y, lo más curioso, es que es un arma que se esgrime en manos de sectarios, logieros o enemigos comunes de la colectividad.
Entre los eufemismos hay una variedad que depende del gusto y sabor de las personas, ya no se puede decir homosexual al que presenta esas tendencias, hay que decirle "gay" y darle su derecho a optar por el sexo que más le convenga, por mucho que anatómica y fisiológicamente ya tenga uno e irrenunciable; lo mismo pasa con las prostitutas, son "trabajadoras sexuales" cuyos derechos y negocio hay que respetar aunque, paralelamente, nos desgarremos las vestiduras por el aumento del tráfico de personas que terminan hasta en las cárceles, no por delito alguno, sino para satisfacer las necesidades de los presos que pagan por menores o mayores como si estuviesen en las calles.
Al mestizo hay que llamarlo "originario", al marginal "de la calle" o "en situación de calle", lo mismo que a los perros vagabundos que proliferan en las ruas y a cualquier imbécil no se le puede bajar de "magister" o, en un mínimo esfuerzo, "licenciado".
Si estos sofismas y eufemismos contribuyeran a algo, hace rato que la tierra sería un paraíso y no el planeta en riesgo de extinción al que todos quieren seguir exprimiendo como un limón.
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