viernes, 29 de noviembre de 2013

LA LOCURA DE LAS OLIGARQUÍAS

Es ya una locura que algunas oligarquías, las más, se contenten con la intermediación del poder entre la riqueza de los foráneos y la pobreza de los suyos. Pero cuando esos individuos tratan de aparecer como defensores de algo que no conocen, mueven no sólo a la compasión sino también a la risa.
Es lo que está pasando con la oligarquía intermediaria chilena que no pierde oportunidad para desconocer la historia, la integración latinoamericana o la verdad. Estos días el canciller de La Moneda dice que no pueden regalarle territorio a Bolivia, en alusión a la reivindicación marítima, lo que no es más que majadería pura, simple y grotesca.
Que esos oligarcas reclamaran por su pueblo, por sus intereses, por su cultura, pasaría; pero cuando lo que se defiende no son otros que los intereses de la hegemonía del capital y el materialismo, la cosa empieza a cambiar de color y de tono. Porque, en primer lugar, el pueblo chileno y el boliviano nunca se enfrentaron en ninguna guerra pues la llamada del Pacífico no fue sino la apropiación indebida de riquezas y territorio boliviano por parte de los que manejaban los hilos de la oligarquía chilena: los ingleses. Ahora tampoco la defensa que hacen de lo usurpado corresponde a los derechos de los mapuches, los araucanos o los aymaras sino a las maquinaciones del Departamento de Estado a quien ya sirvieron en ocasión de la guerra de Las Malvinas.
Lo que hay que admirar, empero, es la fidelidad con el servilismo, la facilidad que tienen entre las vértebras y las rodillas para postrarse de hinojos, su ignorancia supina respecto a la historia de la América Latina y sus ansias de integración.
Lo malo es que estas oligarquías tienen todas las intenciones y la probabilidades de quedarse en los palacios santiaguinos, se definan a sí mismas como derechistas o izquierdistas, porque hace siglos que mantienen a los verdaderos chilenos en la marginalidad, en el olvido, en la desesperanza. No por nada la tradición que más se sigue en sus ciudades es la del té "five o clock".
¿Qué locura! Dirán muchos; pero es la realidad que también se vive en otros lugares del mundo aunque la cuestión no sirve de consuelo sino de acicate.

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