Aunque no se quiera admitir o no se crea, las ciudades van haciendo del hombre un marginal; especialmente en aquellas donde todavía no ha llegado un concepto exacto de lo que deben ser o las revisiones arquitectónicas que se han introducido.
Por eso no es raro que, en Cochabamba por ejemplo, nos anuncien la construcción de un megadistribuidor, así se llaman ahora las obras que priorizan el automóvil y dejan a su suerte al ciudadano común, como un gran emprendimiento del gobierno comunal y nadie tiene posibilidad de decir nada porque no existen los canales respectivos.
Hasta hace un tiempo, bastante, el Colegio de Arquitectos solía participar de la planificación o de la crítica al gobierno municipal y sus opiniones tenían cierto peso, por mucho que otros empujaban las obras "estrella" de los alcaldes decididos a promover sus propias figuras que a favorecer el interés colectivo, a eso le debemos el haber perdido casi todo el patrimonio histórico y arquitectónico del centro de la ciudad y de haber hipertrofiado la misma con las consecuencias que actualmente vivimos en congestionamiento, en contaminación y otros males como la especulación.
Si bien hasta finales del siglo anterior las ideas de Le Corbusier eran las imperantes en cuanto a la construcción de las ciudades, a principios del actual grandes fueron las revisiones y tanto es así que en varias ciudades europeas, verbigracia, se procedió a construir jardines o áreas verdes donde antes existían puentes o se incentiva más el transporte colectivo no contaminante o el uso de la bicicleta. Por estos lados hacemos todo lo contrario porque no podemos dejar de lado nuestra política de imitación y sofisticación.
Los alcaldes de los últimos diez o más gobiernos que han pasado por el Cercado, aunque algunos creen que han hecho buenas obras, no pasarían un riguroso inventario de apego al bien común o al sentido común y se caracterizarían más bien por promover el negocio inmobiliario o favorecerse directamente de él.
Y es que la falta de responsabilidad se ha extendido también a los seguidores de tal o cual urbanistero y la gente se conforma con tener más cemento, aunque no tenga agua potable o alcantarillado o aunque tenga que vivir en una atmósfera contaminante, que es lo que, indirectamente, nos ofrecen los que siguen haciendo de la urbanistería un negocio o una ocupación a tiempo completo.
Y a eso queremos llamarle progreso.
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