Curiosamente, en una sociedad donde se sofistica con encuestas y estadísticas, no hay un índice de consumo que mida lo que la ciudadanía gasta en el mercado, tenga o no tenga y sean baratijas o no.
Lo que ha llamado la atención en Cochabamba, por lo menos, es que pese a la especulación en el mercado, comprobada por el ocultamiento de productos como harina y azúcar, los gastos para hacer los "mastakus" o mesas de ofrenda a los muertos, se han caracterizado por su prodigalidad y porque, como en otros tiempos, las familias han acudido a las panaderías para hacer sus propias masitas al viejo estilo del trabajo familiar.
También hemos advertido, hace pocos días, que en una agencia de venta de motorizados "cero kilómetros", en el lapso de alrededor de una hora, salieron vendidos por lo menos tres vehículos y no de poco costo.
Son informaciones que poco se conocen en los medios de comunicación o no llaman la atención de la gente, acostumbrada al escándalo, a las noticias rojas o a la banalidad que muchos medios presentan como resultado de su propia y deficiente formación.
Sería interesante que alguna entidad hiciese un estudio del índice de consumo, no de precios o esas formas en que se suele enmascarar las ganancias de la tiranía del mercado, para saber no únicamente cuánto dinero desperdiciamos pues no siempre compramos lo que más necesitamos y abrir un horizonte mejor al gasto familiar hacia rubros más importantes como la educación y la salud.
Hay índices para casi todos los gustos sin olvidar, por ejemplo, el de felicidad bruta (IFB) introducido en Bhután como la mejor manera de medir la satisfacción o insatisfacción de sus habitantes en cuanto a la labor del gobierno; pero la mayoría de ellas no siempre son un reflejo de determinada situación de solvencia o insolvencia sino de la manipulación internacional para hacer viables o inviables los países y de acuerdo a las conveniencias de las políticas de hegemonía.
Por el momento, el gasto que se hace en Bolivia, pese a los indicadores sobre inflación o precios especulativos al consumidor, parecen descubrir que se vive cierta bonanza o poder de gasto que sería muy beneficioso si se puede orientar mejor que al simple y vulgar consumo de comprar "tecnología", "ropa de vestir" y perfumería y que tienda, efectivamente, a mejorar la calidad de vida.
¿Pero quién puede recoger este reto que parece reñido con la economía o la sociología? Ojalá alguien lo haga.
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