Definitivamente parece que la ONU se ha convertido en el brazo operador, si no del capital, del materialismo pues sus últimas acciones u omisiones ponen en tela de juicio su imparcialidad y su filosofía de no intervenir en los asuntos internos de sus países miembros.
Ahora resulta que insta a Bolivia a legalizar el aborto, bajo el supuesto de la retardación de justicia, pues aquí hace rato que se autorizó ese práctica en situaciones que están bien especificadas en la ley y que no necesita del consejo o la recomendación de nadie. Pero como se introducen las cosas de contrabando, por desinformación o por servilismo, algunas personas e instituciones ya se están haciendo llevar por los vientos del maltusianismo o del sofisma de los derechos, sin deberes, para hacer ruido.
Según la Carta de las Naciones Unidas, dentro de su misión de preservar la paz y la concordia, este organismo no puede intervenir en los asuntos de su soberanía bajo ningún concepto; pero hace rato que se ha vuelto en un instrumento de intervención o intromisión lo que hace sospechar a mucha gente y pone en cuestionamiento su existencia. Hay acciones y omisiones que nos llevan a ello, el caso de Afganistan, Irak, Cuba, para sólo citar los más emblemáticos son patéticos y, a la vez, dramáticos en momentos en que el panorama se obscurece más todavía porque hay una práctica de espionaje como nunca antes se había dado o de matonaje franco y cínico que se adivina en algunas acciones norteamericanas o israelíes que la prensa internacional ayuda a silenciar.
Lo que está haciendo falta al planeta es la renovación de ese organismo, de modo que no se pueda atribuir prerrogativas intervencionistas o exclusivismo en la conformación de sus diferentes comisiones o, peor todavía, derecho de veto en asuntos que interesan a todos.
Pocos son, hasta ahora, los secretarios que han plasmado o tratado de plasmar el espíritu mismo de la creación de la ONU, los más de ellos aparecen como simples títeres de la economía, de la guerra o de la hegemonía y eso no puede ser.
La cuestión del aborto, en el supuesto que sea necesario para hacer frente al consumismo, es un tema que sólo corresponde tratar a quienes viven y conocen su realidad y no se puede hacer por presión directa o indirecta.
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