Son varios ejemplos ya los que los universitarios nos ofrecieron de lo que entienden por democracia. A golpes, a pedradas, a cohetazos, a gases o por las greñas, el espectáculo se ha repetido de una manera infame por varios campus.
Y no es que nos moleste que los protagonistas lleguen a las manos o el enfrentamiento para hacer valer algo sino que ese algo no existe. Porque lo que está ocasionando esta violencia es la ausencia de ideas, de ideales, de ideología, en fin, de capacidad y libertad de pensar. Si nos atenemos a los hechos, los que casi siempre están involucrados son los que se dicen trotskistas que, tradicionalmente, han demostrado ser los que menos uso hacen de su materia gris, porque la deben tener ¿o no?.
Y no es sólo lamentable que no encuentren los caminos hacia su cerebro sino que crean que la alienación sea una opción de libertad; porque la alienación al marxismo, al trotskismo, al liberalismo o la social democracia o lo que fuere; no es más que eso: alienación y, por tanto, una nueva forma de colonización.
Hace ya varios años, cuando tuvimos la suerte de recibir varios amautas del altiplano con una invitación que ni sospechábamos y que alguna vez comentamos, pudimos conocer qué piensan realmente los que quieren la libertad y la independencia, los que se sienten verdaderamente bolivianos, los que no viven mirando las costas o el extranjero para saber qué hacer. Cuanta diferencia hay en esa posición y la que asumen los alumnos de nuestras universidades y sus disputas tan a la ramplonería.
Y, para no hablar de porcentajes de votación o de ausencia, si es así cómo entienden la democracia, la confrontación de ideas, la convivencia hay que parar las orejas o poner las barbas a remojar porque se supone, aunque sea mal, que de esos ambientes saldrán los conductores del futuro. Y aunque la realidad nos muestra que el mundo es totalmente contrario a lo que se dice vivir en las aulas y los egresados entran en una suerte de competencia en el aburguesamiento, sólo es para lamentar más la situación.
Y, como si fuera poco, muchas de las agresiones que se producen en esta suerte de competencia de estulticia, van dirigidas o las reciben los inmuebles o los muebles, sin daño personal, como si la cobardía fuese tan grande que no se quiere exponer nada. Y no es que nos guste ver sangre en las calles o los rostros sino en el temperamento, en el coraje, en la voluntad de defender ideales.
¿Puede llamarse esto democracia?
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