La fuga del senador Pinto al Brasil, aunque era una cosa cantada, no introduce ningún cambio en ese ambiente de impunidad y corrupción que la dependencia ha creado y se ha consolidado gracias a la "revolución nacional". Porque si se corrompió es porque seguía el aliento del "libertador económico" que arengaba a los "revolucionarios" diciendo: "roben; pero den su diezmo al partido"; si teme enfrentar unos tribunales de justicia manipulados es porque ese mismo sistema los creó y, hasta el momento, no se ha podido revertir la situación. Además, no hay que olvidar que la "inmunidad parlamentaria" era una práctica de impunidad en varios gobiernos y partidos y, en realidad, no hay motivos para desgarrarse las vestiduras ni para defenderlo ni para acusarlo.
Lo que sí debe llamar la atención es que sea una delegación diplomática la que se vea involucrada en el feo asunto; aunque tampoco es extraño después que "la embajada" se hiciera sinónimo no sólo de dependencia y gobierno encubierto sino también de refugio y madriguera de los más diversos espécimenes de la "clase política"; no por nada algunos otros prófugos están en Estados Unidos gozando de su sinvergüenzura.
Alguien decía: "la justicia es tres cuartos de conveniencia y uno de piedad"; a lo que hay que añadir que nuestros sistemas de administración de leyes no siempre están en manos de los aptos sino de los más condicionales; en Bolivia, son las excepciones que, en determinados momentos, han tratado de imponer su impronta; pero no lo han conseguido porque, a su vez, fueron objeto de proceso en el Legislativo o se les acabó la gestión y fueron alegremente cambiados.
¿Qué nos deja la fuga de Pinto? Sólo una sensación de que nada quiere cambiar o ha cambiado. Pero no dejará de ser tema para que unos y otros traten de llevar agua a sus molinos.
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