Algo que será siempre un obstáculo en la comunicación es el mal uso del lenguaje. Y no nos referimos simplemente a que hablemos mal y escribamos peor determinado idioma sino a que la cantidad de sofismas y eufemismos que nos hacen tragar, es todavía considerable.
Un ejemplo: el de las redes sociales. Para algunos es la varita mágica del siglo, la que nos proporciona acceso real a la información, la que evita esos grandes instrumentos de desinformación como son los "medios" que hace tiempo que se están manipulando. ¿Pero es verdad? Basta con asomarse a alguna página y comprobar que, en cierto modo, lo que más se ve es la banalización de las propias redes, la incursión de personas que no manejan el idioma y, por tanto, no contribuyen sino más bien a afear la comunicación, por decir algo, y hacer de la "información" una suerte de minucia sin importancia más que para el ego.
Y no es que estemos en contra de las redes sociales o de los instrumentos que la tecnología nos acerca para mejorar la cultura; no, mucho depende del que usa y se sirve de algún medio o tiene algo que comunicar, que no sea una banalidad o, finalmente, un chisme, que es de lo que se acusa más a las redes sociales porque se han convertido más bien en un nuevo artículo de consumismo que en la posibilidad de participar activamente en la cultura.
Ojalá no tengamos que repetir lo de Niezsche: ¿por qué se pudren nuestros frutos? Y es que si nos dejamos llevar por la corriente, como el camarón que se duerme, no estamos contribuyendo a nada; ni a la tecnología, ni a la comunicación, ni a la comunidad o la especie misma.
Por lo demás, la tecnología debe servir para fomentar el pensamiento; no para que otros piensen por nosotros
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