Muchas veces nos desgarramos las vestiduras porque, supuesta o realmente, se restringe la libertad de información, de prensa o de opinión; ¿pero cuánta de esa información es más bien propaganda?
He aquí la cuestión. Porque un gran porcentaje de lo que recibimos como información no es otra cosa que propaganda; desde las opiniones o las políticas gubernamentales, hasta las críticas u observaciones de quienes se hacen llamar opositores.
Pero no sólo eso sino que, además, pagamos todos los costos de la propaganda; ya sea comprando lo que quieren vendernos con sofismas de modernidad o tecnología de punta, como leyendo, los informes que instituciones o empresas hacen públicos. ¿Quién pagó, para citar un ejemplo, la edición de una revista editada por la comuna local? ¿Qué contiene, información o propaganda? A quién le sirve?
Y los ejemplos pueden multiplicarse en el ámbito nacional como internacional, ¿acaso, las políticas migratorias, verbigracia, no se agitan favorable o desfavorablemente en las campañas electorales? ¿Acaso el voto latino, negro o amarillo no es el recurso de la demagogia?
Hasta en las instituciones científicas se hace más propaganda que información. El ejemplo patético está en la cuestión de la teoría de Darwin que, pese a las objeciones de los mismos científicos o del empirismo, continúa como si nadie dudará del absurdo porque eso es si nos atenemos a las leyes de las probabilidades porque, entonces, veremos que la creación mítica es mucho más probable que la supuesta evolución de las especies. Y la cadena es interminable con los "descubrimientos" de que se jactan los científicos pero que no son sino remedos de otros muy antiguos.
La información sigue siendo un asunto reservado, quiérase o no, porque ni siquiera sabemos quienes gobiernan el mundo y, sin embargo, votamos en las urnas o creemos que los partidos nos representan.
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