Apenas caído el muro de Berlín, la cortina de hierro, un amigo que visitó Moscú en esos días nos contaba sus experiencias y, cuando se refirió a la invasión de sucursales de comida chatarra, no faltó una persona que exclamó con un ay de desesperación: Y nosotros cuándo vamos a tener Mc Donalds.
Pasados unos años llegó la sucursal correspondiente que, luego de hacer barullo, tuvo que regresar a sus tierras por su estruendoso fracaso, que después ha sido analizado por economistas, sociólogos y hasta gastronómicos, sin llegar a un resultado cierto y contundente, aunque algunos afirman que los connacionales prefieren la propia chatarra.
El caso es que al progresismo, desviación del progreso entendido como crecimiento equilibrado, le sigue casi siempre el consumismo, que no trata de la satisfacción de las necesidades más racionales sino simplemente del gastar por gastar, por ostentación, por "civilización". Así el campesino migrante deja de consumir sopas, motes y tostados y se inclina por pizzas, sándwichs o empanadas, haciendo a un lado el equilibrio en la dieta.Y es que una de las formas de demostrar civilización es hacerse fanático del mercado en su peor tendencia, el consumismo, que mientras puede exhibir panzas o gorduras recientes, no muestra una real mejora de la calidad de vida, pues así como se puede ostentar un automóvil de gran potencia y finos entapizados, no siempre la higiene y la instrucción corren paralelos.
Tal como especulan los investigadores, la sentencia filosófica de "pienso, luego existo" se ha transformado en un vulgarísimo: "consumo, luego existo" que ha hecho crecer el materialismo en el planeta, que saca de quicio la especie misma y desvirtúa la ciencia, el conocimiento y la sabiduría de nuestros pueblos antiguos, haciendo que aquello de civilización y barbarie, continúen en la cresta de las olas.
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