Aunque que parece que, otra vez, vivimos bajo la amenaza de guerra, vistas las cosas que suceden en Corea como en Siria, uno diría que así como aprendimos el cuento del lobo y el pastor y ya no es posible discernir qué es paja y qué es trigo, así también podemos llegar a la conclusión que siempre hemos estado bajo ambiente bélico y el materialismo se ha dado modos para envolvernos en su negocio más fructífero: la matanza.
Lo único diferente es que si ahora se amenaza con una guerra, es que puede ser la última, la definitiva porque el empleo de armas de todo tipo daría muy pocos márgenes de salvación para una inmensa cantidad de hombres en el planeta y todo sería un holocausto, aunque la comparación pueda ser errónea pues no se trata de un sacrificio humano al estilo judío sino de puro egoísmo, de hegemonía, de avaricia, por muy socialistas que algunos aparezcan.
Si analizamos la historia del planeta, la guerra la ha caracterizado siempre, sea por la "tierra prometida", "espacio vital" o lo que fuera y se ha dado lo mismo entre humanos que entre dioses y humanos. Lo que no quiere decir que tenga que ser una constante y es precisamente lo que se anuncia como el nuevo ciclo, la nueva era, lo que viene después del 21 de diciembre del pasado año y que tanto se ha manoseado de una u otra forma; pero como nunca estamos conformes o somos contreras de nacimiento, entonces, nada raro que la guerra sea un hecho o se monte el espectáculo de la guerra interestelar sólo porque los que se creen grandes no quieren dejar de serlo o porque sus neuronas hace tiempo que han dejado de funcionar y, peor todavía, se han despojado de su espíritu.
¿Gritamos, una vez más, como el pastor: el lobo, el lobo o dejamos que las cosas sucedan como tienen que suceder? ¿Y si en el silencio está la complicidad? ¿Y si ya no hay marcha atrás?
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