La deuda principal de la historia del mundo es que debe aclararnos cuáles son los fastos y cuáles los nefastos. Porque, verbigracia, todavía alguna gente cree, en Bolivia, que la "revolución del 52" trajo algo positivo cuando significó nada menos que el desmantelamiento del Estado que podía aspirar a ser una potencia entre las repúblicas latinoamericanas. Y lo mismo sucede cuando, a propósito de la muerte de la "na de hierro" y los homenajes que se le preparan, se olvida que los gobiernos títere de esta parte del mundo, entre ellos el sofístico "libertador económico" (Paz Estenssoro), dieron otro golpe de gracia a nuestros pueblos con la venta de nuestro patrimonio a las transnacionales a precio vil, como que en la Argentina, por ejemplo, se pagó por dos aviones de su principal aerolínea poco más de dólar y medio por cada una; aunque usted no lo crea.
Hay pues la urgente necesidad de establecer de qué podemos alegrarnos y de qué estristecernos y la información es la base de todo. Por eso es que hay que exigir que las redes sociales no sólo den mayor información sino que la misma sea de profundidad y no esté en función del mercado. ¿De qué nos sirve saber que fulano o zutano juegue o no en la red o que le guste esto o aquello? ¿Para qué poner en el muro frasesitas o propaganda del consumismo? Porque, incluso, el consumo debe estar en función de las necesidades vitales y no de las necesidades de los productores.
Hay pues mucho que mejorar en la información y en la comunicación. Como alguien dijera: "Abrid los ojos... hay más".
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