En estos días se suele repetir hasta el cansancio aquello de buenos deseos de felicidad en el año que empieza. ¿Pero qué es la felicidad? Para un hambriento puede ser tener un mendrugo de pan; para un pobre, acceso a una canasta básica, para un rico más joyas y diamantes, aunque no pueda dormir; para otros, que no los pongan en las listas de sospechosos y no se les inicie nunca el proceso que tanto temen.
Ante este panorama es pues mejor desear que la gente no caiga en las redes de la propaganda que todo lo pervierte, que todo lo distorsiona. Y es lo mismo en las mercados que en la politiquería; porque tanto como a unos se les engaña en las promesas electorales, a los otros se hace lo mismo dándoles gato por liebre en los puestos de venta.
Por ejemplo, de acuerdo a las nuevas técnicas del "neuromarketing", el aparente caos de los supermercados, lo mismo que el tono y volumen de la música, no son accidentales o improvisados sino bien organizados para que el cliente compre hasta lo que no necesita y no le conviene. Por eso es que son excepcionales y casi inexistentes aquellos compradores que entran en estos establecimientos y salen con lo previsto y nada más. Ahora me explico por qué los vendedores me miraban como bicho raro en los cajeros y, tal vez, con bronca, cuando iba por leche y sólo eso compraba.
No caer en la propaganda significará, además, no dejarse llevar por las boberías de la moda, los artistas igualmente de moda, los escritores ídem o las estupideces en la cresta de la ola y empezar a recuperar esa facultad que cada día se pierde más: la de pensar y, con ella, la libertad.
De modo pues que el mejor deseo que podemos tener para con nuestros amigos, conocidos, familiares y todos los que nos inspiran algún sentimiento, es que no caigan en las redes de la propaganda y restablezcan su derecho de ser ellos mismos. Ojalá se cumpla este naciente 2013.
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